01/04/2011

Rapa Nui, o la perla perdida del Pacífico Sur.



A.Deniaud/Tara Expeditions



Después de veintiún días de navegación, la Isla de Pascua surge por una mañana lluviosa. Nubes oscuras tapan el cielo. Contrastan con la espuma blanca de las olas que rompen en rocas afiladas. Verdadera fortaleza natural rodeada por el mar, la Isla de Pascua,-Rapa Nui en polinesio-, parece disuadirnos de desembarcar.
En el pasado, su aspecto inhóspito no bastó para desanimar los exploradores, colonizadores y  mercaderes de esclavos. En 1862 unos negociantes peruanos llegaron para capturar un millar de  hombres y enviarlos de esclavos en la recolección de guano *. Menos de treinta regresaron vivos en la isla. Diezmando estos hombres, y entre ellos los líderes y eruditos, han hecho desaparecer para siempre una parte de la cultura de la Isla de Pascua. Las tablas escritas por esos antepasados aún no han sido descifradas, dejando así planear una nube de misterio sobre la isla. El primer enigma sigue siendo el origen de este pueblo: aun cuando los investigadores tienden a coincidir en la teoría de la llegada de navegantes polinesios. Algo que certificaran los primeros rostros que encontraremos en la isla.
Después de casi 4.000 kilómetros para llegar a este pedazo de tierra, uno de los más aislados del mundo,  sería impensable renunciar a desembarcar por temor a las olas. Una vez el ancla de Tara fondeado por veintitrés metros, salimos a  medir fuerzas con las olas en el inflable con miras a  pisar tierra. ¿Magia de la isla? ¿Sueño de infancia de una mayoría de nosotros? ¿Sencillo placer de tocar tierra? Lo que sea: en ese preciso momento, al tocar Hanga Roa se lee una emoción compartida en las caras.
La escala es corta, debemos zarpar en dos días. A penas en tierra, la tripulación se esparce para explorar la isla. Algunos científicos tendrán sin embargo un poco más de tiempo para visitar este triángulo de 180 km2. Para Lee, Leila, Franck, Melissa y Marcela, aquí termina el viaje en Tara. Seguirán la aventura científica de Tara Oceans en sus laboratorios.
A pocos pasos del pequeño puerto pesquero de Hanga Roa donde amarramos nuestro neumático, cinco Moai dan cara a los habitantes, de pie sobre una gran base. Uno puede haber visto incontables fotos de estas esculturas de piedra volcánica: el encuentro real no deja de ser mágico. El carácter sagrado del lugar, la poderosa mirada del Moai gigante con ojos blancos, esto genera una intensa emoción. Frente a estos mastodontes erguidos de espalada al mar, hasta el más empedernido nihilista se prosternaría. Los Moai y la manera en que fueron trasladados desde la cantera del volcán hasta el mar son otros misterios de la isla. Rapa Nui alberga más de 600 gigantes.
En Rapa Nui cuando uno logra apartar la mirada de los Moai descubre casas de fachadas de color, llanuras peladas, caballos retozando, palmeras gozando del calor del sol, escarpados acantilados que coquetean con violentas olas; Y, por encima de todo en este ambiente exótico,  la sonrisa de los lugareños.
Cerca de 4.000 personas habitan la isla. Año tras año el número de autóctonos disminuye en relación a los chilenos del continente. Para guardar su lengua, sus danzas, su música y tradiciones, los autóctonos luchan cada día y la nueva generación no parece descansar en ese frente. Sólo el culto de los tatuajes barre con nativos y extranjeros por igual, amainando tal vez  algo de autenticidad. Pero para el turista extranjero el placer de los ojos permanece intacto.
La noche  y su velo de estrellas cubren la Isla de Pascua. Para nosotros ha llegado el momento de abandonar este pequeño rincón de paraíso y volver a nuestro anclaje. La cabeza llena de imágenes solamente ansiamos que el sol salga de nuevo en Rapa Nui.

Anna Deniaud

*Guano: materia de formación muy antigua procedente  de la acumulación de excrementos de aves marinas y de sus cadáveres, utilizada como fertilizante.