31/07/2013

Antes de zarpar de Dudinka



La tripulación con los productos frescos. A. Deniaud / Tara Expéditions
Alcanzar Dudinka no ha sido tan fácil para los hombres y las maletas. Retrasos e imprevistos que dificultan el relevo de tripulación. Pero este jueves, Tara zarpa hacia el archipiélago de Francisco José. Con una tripulación fresca. Loic Valette, capitán, releva Samuel Audrain.

Algunos se van, otros llegan, es la rutina de Tara. Mientras unos se instalan en sus cabinas y toman sus referencias a bordo, otros bregan  con el suministro de agua, de diesel, de alimentos. Nuestros marineros tratan de darse a entender de sus homólogos rusos. Se necesitan dos camiones de agua para el 31 de julio. Yohann Mucherie, el jefe de máquinas, opta por usar dibujos mientras Sergei hace lo posible para traducir los pedidos.
El ambiente es de preparación y estudio. Los científicos estudian los protocolos e informes de estaciones de muestreo anteriores. Tenemos que estar preparados, porque en tres días, bajo la dirección de Pascal Hingamp, el nuevo jefe científico, redes y roseta estarán de nuevo al agua.

Anna Deniaud Garcia

29/07/2013

Tchum dolgana


Tchum dolgana, Vasilly.A.Deniaud / Tara Expéditions

Entre dos bloques de edificios de Dudinka, se erige una tchum. Es una tienda hecha de pieles de reno y trozos de madera, una especie de tipi del extremo norte siberiano.  A pesar del calor, Vasiliy ha revestido el atuendo tradicional dolgano. Frente esta escena surrealista compuesta en nuestro honor, nos nacen las sonrisas. Nos sentimos conmovidos e intrigados. Los integrantes del centro  cultural de Dudinka nos han preparado una sorpresa. Nos adentramos en la tchum, para olvidar el hormigón y pasar a otro mundo, el mundo de los Dolganos, pueblo de Siberia, los últimos nómadas de hielo.

A pesar de la estrechez del lugar, somos unos veinte reunidos bajo la tienda de pieles, entreabierta en su parte superior para dejar entrar la luz del sol. En la mesa, nos esperan algunos productos castizos: pescado, pan, galletas. Con vestido adornado y colorido, Olga nos sirve el té. Kseniya  remueve con una gran cuchara la sopa de pescado que nos ha cocinado. Evgeniya lanza un canto en Dolgan, acompañada por la guimbarda (arpa de boca) de Vasiliy. Las primeras notas nos transportan de una vez de Dudinka a la tundra, estas llanuras nevadas. Basta con cerrar los ojos para que aparezcan hordas de renos salvajes, bueyes almizcleros y escenarios del extremo norte siberiano. 

El pueblo dolgano es parte integrante de los llamados “pequeños pueblos del Norte”, un conjunto de veintiséis grupos étnicos del norte de la antigua URSS. Históricamente, estos pueblos autóctonos del norte de Siberia seguían la migración alimentaria de los renos, para cazar y pescar. Un nomadismo en condiciones extremas, con temperaturas que caen en invierno a sesenta grados negativos. Actualmente, como producto de una política de asentamientos implementada en los años 1930, "los últimos nómadas de los hielos" se han vuelto escasos. Menos del diez por ciento de la población autóctona de la antigua Rusia ha resistido al atractivo de las urbes. Como Vasiliy, los niños se ven cada vez más obligados a integrar las ciudades para su escolaridad y aprender el ruso. "Me di cuenta,  al entrar en la escuela, que yo no podía comunicarme con los demás, porque yo no hablaba ruso. Al principio fue difícil, y poco a poco, aprendí el idioma". Desde 1982, la escuela dispensa también docencia en los idiomas autóctonos. Durante casi nueve meses, con excepción de Navidad y Año Nuevo, los niños nómadas son separados de sus familias. Ellos vuelven a sus familiares y la tundra durante los principales días festivos. Los escolares dolganos pueden así participar en verano en la cosecha de las bayas, la "pesca" de madera flotante en los ríos, y la recolección de setas.

Las canciones siguen. 
Las palabras evocan la cultura dolgana e historias de amor decepcionado. Nos toca ahora desplegar nuestra cultura. Samuel, el capitán, toca al acordeón la melodía "Mi amado de San Juan".  Nuestras vidas parecen de repente mucho menos distantes de lo que aparentan. Después de ensenarnos leyendas de la península de Taimyr y manuales de aprendizaje de Dolgano, nuestros anfitriones nos explican los "juegos sociales de la tundra", unos palos de madera que uno lanza y atrapa, o unos números que uno debe recitar sin respirar. A pesar de la barrera del idioma, logramos entendernos, mediante gestos, expresiones, sonrisas.  Como el amor, la risa es universal.

Anna Deniaud Garcia

Bibliografía: "Dolganos, los últimos nómadas de hielo" de Francis Latreille. Edición  original en francés:  Peuples autochtones,  questions sibériennes.

26/07/2013

Apacible Dudinka


Tara en Dudinka. Anna Deniaud / Tara Expéditions

Después de subir el río Yenisei durante dos días, hemos atracado en Dudinka, Rusia. A pesar de la temprana hora de nuestra llegada, alrededor de las dos de la mañana, las autoridades estaban esperándonos. Una vez los tramites rápidamente cumplidos, salimos a explorar las tranquilas calles de la capital del Taimyr, esta región del norte de Rusia.

Desde el primer momento, uno siente la calidez y la hospitalidad de la gente del norte, tal vez su mejor defensa contra los inviernos largos y duros. El capitán de la embarcación del práctico que nos ha guiado las últimas millas nos invita a bordo. No podemos evadir la tradición rusa de un vaso de vodka con un trozo de pescado crudo. Nuestras primeras mímicas de rechazo cortes provocan la risa de los presentes. Pero el alcohol ayuda a morder el pescado todavía sangrando. Lee se deja convencer también, sin entusiasmo. Luego, una joven se acerca a la tripulación para ofrecerle una cabeza de lobo en perlas montadas sobre su piel.

Después de visitar la iglesia Svyato-Vvedenskaya y saludar al inevitable Lenin de piedra, recorrimos las avenidas, dominadas por unos ductos de calefacción al aire libre, un sistema que afea la perspectiva. Pero la índole del suelo, el permafrost o pergelisol, no deja muchas opciones. Como para compensar esta desgracia visual, se han pintado las fachadas de colores (que fueron) vivos: Rosa fucsia, amarillo limón, verde oliva. Unos árboles luminosos de plástico adornan las aceras. Y las mujeres ostentan camisetas y prendas de colores fluo, una indicación de que la moda no se detiene en las puertas de Siberia.

Detrás de los bloques de inmuebles, entre tiendas de vegetales, un parque infantil y un vehículo abandonado que podría ser pieza de colección, descubrimos un cyber-café, y luego un bania, la sauna rusa. Nos gustaría pasar las puertas pero nos hace falta dominar el idioma, el freno más importante a nuestra inmersión en Siberia. Aunque en Dudinka, tal vez el ruso no sea del todo suficiente, por el notorio cruce de orígenes y culturas que aquí conviven.

Anna Deniaud Garcia

24/07/2013

Dudinka, Rusia


Llegada a Dudinka, Rusia. A.Deniaud / Tara Expéditions

Hemos llegado ayer por la tarde en Dudinka, Rusia. Nos quedaremos aquí una semana, hasta el 1ero de agosto, para rotar la tripulación.

22/07/2013

Sopochnay Karga, estación meteorológica


Alrededores de Sopochnaya Karga. A.Deniaud / Tara Expéditions

Los hielos marinos  a la deriva están dando paso a unos trozos de madera, el olor a tierra se mezcla con el aire marino. Tara sube el río Yenisei, de unos 150 kilómetros de ancho en su desembocadura. En el horizonte, parcialmente cubiertos de nieve, se acercan unos acantilados rocosos. Fondeado aquí, Tara deberá esperar a que lleguen los pilotos que nos acompañarán hasta Dudinka. Divisamos a lo lejos las antenas de la estación meteorológica Sopochnay Karga erguidas sobre un cielo azul, y eso pica nuestra curiosidad.

Resulta difícil convencernos de que estamos en el Ártico. El sol se nos pega día y noche, calentando el interior del barco. Quienes no han previsto su muda de pantalones cortos y camisetas ligeras están sufriendo. La región está experimentando una ola de calor excepcional. Después de un día de trabajo, la cubierta de Tara parece un balneario. Nos zambullimos en un agua amarillenta de dieciocho grados. Resulta placentero refrescarse gozando del verano.

La llegada de los pilotos rusos está prevista en dos días. Estamos anclados frente a la estación meteorológica Sopochnay Karga. Después del contacto inicial, Sergey Pisarev obtiene el permiso de pisar tierra. Todos quieren abordar los zodiac para estirar piernas en tierra firme. Lee Karp-Boss y Joannie Ferland incluso pretenden hacer un jogging. Pero un asalto multitudinario de mosquitos viene enfriar los ánimos. Cada quien se inventa un atuendo protector, ilusoria protección frente a unos mosquitos hambrientos de sangre fresca. Escasean los visitantes por aquí.

La estación meteorológica ha sido construida en 1939 y hace sesenta y cuatro años que, invierno tras verano, hombres y mujeres se turnan en esta ensenada para registrar la salinidad y temperatura del agua, la fuerza y ​​dirección del viento, las olas, etc. Hay mediciones por hacer cada tres horas, día  y noche, sin descanso. Para asegurar la vigilancia meteorológica, cuatro personas viven permanentemente en la estación. En verano, algunos colaboradores de temporada dan una mano para dar mantenimiento a las instalaciones. Los años, las condiciones meteorológicas, de hasta cincuenta grados negativos en invierno, junto a la falta de recursos, no han sido benévolos para con Sopochnay Karga. La estación se está desmoronando.

Entre chatarra oxidada y latas, en medio de un campo de algodón del Ártico, tres vehículos militares reposan en paz. Cerca de la playa, dos cabañas de madera han perdido el equilibrio. El permafrost* se ha derretido y con él, las bases de las casas. Alexei, un joven meteorólogo que se ha mudado aquí hace tres años con su esposa e hijo, espera que la situación cambie a la brevedad. ¿Remodelación o traslado? Mientras tanto, el sigue trabajando con dedicación. Entre dos mediciones, el sale a pescar o cazar renos salvajes. El campamento recibe avituallamiento una sola vez al año. Afortunadamente, unos capitanes de cargueros que pasan por el rio dejan algunos productos frescos. Pero los verdaderos visitantes son escasos. Vivir aquí implica disfrutar el aislamiento.

Los dos pilotos llegan antes de previsto y debemos despedirnos de Alexei, Oleg y Yulia. Dejamos  atrás Sopochnay Karga que se vuelve un punto en el horizonte. Doscientos cuarenta millas más adelante nos vamos a topar con la ciudad rusa de Dudinka.

Anna Deniaud Garcia

*Permafrost: suelo permanentemente congelado.