21/09/2016

Náufrago voluntario en Ducie Island



Una isla desierta, alejada de todo como lo es Ducie Island, eso siempre ejerce fascinación. Divisar su litoral después de días de navegación, anclar frente a sus playas y oler las fragancias de la tierra… Pero para apreciar plenamente el carácter de una isla, no hay nada mejor que pernoctar en ella.

Después de 3 días en los alrededores de Ducie Island, el programa científico de muestreo llega a su fin. Posiblemente, nunca volveremos aquí. El pequeño archipiélago es tan aislado que no se viene aquí por azar. 

Ducie es un delgado arco de tierra, de 2 km de largo y de un centenar de metros de ancho. Una inmensa plataforma de coral y algunos islotes cierran el arco. Según los escasos  y poco precisos mapas de la isla, existe un paso para entrar en el atolón. Pero sin conocer los horarios de las mareas y a la vista de las enormes olas que se estrellan sobre el arrecife que rodea la isla, la opción de desembarcar desde la lancha anexa de Tara ha sido descartada. Para no tener remordimiento intento una última opción.

Después del almuerzo, me equipo de una “touk”, un bidón de plástico a prueba de agua. En ella, coloco una hamaca, ropa caliente, una cámara, un pain d'épices (pan de especias), algunas herramientas básicas como cuerda, una pirita (piedra para encender un fuego), navaja… Agrego cantimploras de agua dulce y una lona plástica. Vestido con un traje de buceo, me subo en uno de los anexos inflables.  Monch me lleva del otro lado de la isla donde las olas se ven menos fuertes. A unos 50metros de la orilla, frente al arrecife, me tiro a nadar hasta la playa, empujando mi touk. Observo el fondo cubierto de corales. No hay roca, no hay arena, solo corales.

Finalmente, piso la playa que en realidad es una masa de trozos de corales. Un último saludo a Monch, y el inflable se aleja. Estoy realmente solo en esta isla desierta. Después de dejar mi equipaje a la sombra y haberme quitado el  traje de buzo, inicio la exploración de la isla, siguiendo la orilla. Estamos a cientos de kilómetros de cualquier tierra habitada, pero las playas están cubiertas de desechos traídos por la corriente: botellas, plásticos, boyas, cuerdas… 

A pesar de eso, la vida florece; Además de los cangrejo-ermitaños (Pagurus bernhardus ), abundan las aves en tierra y en el aire: Fregata, alcatraz enmascarado (Sula dactylatra), Pétrel de Murphy (Pterodroma ultima), charrán blanco pequeño (Gygis alba microrhyncha)…

A la sombra de los frágiles arbustos, hay una avecilla. Es un Petrel de Murphy: el 90% de la población mundial de esta especie anidaría aquí. Saco un gran número de fotos, en particular de plantas. El Consejo de las islas Pitcairn que consta de 6 de los 50 habitantes del archipiélago, nos ha pedido especialmente fotografiar la flora de Ducie, si lográbamos ir a tierra. Misión cumplida. Hasta para ellos, las riquezas naturales de esta isla siguen siendo desconocidas. Otro pedido viene del equipo de buzos de Tara: filmar debajo de la superficie de la laguna. Todo el mundo desea saber a qué se parecen los fondos.

Después de recuperar mi equipo de buceo, me preparo para cruzar la delgada banda vegetal para sumergirme en la laguna del otro lado. La tarea se revela más complicada de lo previsto, debido al entrelazado de ramas. Cuidando de no pisar un huevo o una avecilla, me tardo más de 15 minutos para cruzar, con una brújula, los 100 metros de vegetación. A la orilla de la laguna, descubro una playa gris, de corales petrificados por el sol. Ya veo una decena de tiburones. Los escuálidos no pasan de los 2 metros, pero su gran número y su curiosidad, al límite de la agresividad, no dejan de inquietarme.

A pocos metros, diviso individuos de mayor tamaño. Decido no aventurarme muy lejos en la laguna. Tal vez esos tiburones nunca hayan visto un humano. No tengo idea de su reacción. A los 15 minutos, me devuelvo. Los tiburones se hacen más numerosos. Se me acercan cada vez más, tan pronto como les doy la espalda.

La luz del día se está apagando, me apresuro en cruzar de nuevo la vegetación para recuperar mis pertenencias cerca de la playa. Encuentro el espacio lo suficientemente libre entre arbustos, con ramas solidas, para colgar mi hamaca y una lona plástica para protegerme de la lluvia. Termino de armar mi campamento al anochecer. Una vez caída la noche, debajo de una fina lluvia y con mi luz frontal, pruebo algo de comida bajo una luna llena, acompañado por los gritos de miles de aves.

La noche es corta y sobretodo fresca. Despierto casi a cada hora, unas veces  por las aves que se pelean  debajo de mi hamaca, y otras, para averiguar que mi andamiaje se mantiene. La lona se bate bajo las ráfagas de viento.  

Al amanecer, quisiera cerrar los ojos unos minutos más, mientras toda la población de aves festeja la salida del sol. Enciendo una fogata en la playa para calentarme. Frente a una decena de alcatraces enmascarados que me miran sorprendidos, saboreo mi pain d'épices  frente a las llamas. Contemplo la salida del sol. Disfruto plenamente de mi privilegio: por espacio de una noche, fui el único habitante humano de Ducie Island.

Yann Chavance