16/12/2013

Los océanos y el carbono


Tara frente a  la isla de Groix, Francia. Y.Chavance/Tara Expéditions
Ahora que Tara ha regresado a Lorient con sus congeladores cargados de miles de muestras de plancton, una pregunta recurrente surge del público y de los periodistas, relativa a los cambios climáticos. Aunque no los estemos estudiando directamente, al concentrarnos en el plancton, estamos tocando unos microorganismos en el centro de la máquina del clima. Para entenderlo, es preciso recordar los vínculos entre los océanos y el carbono.
 
Sabemos que el calentamiento global de nuestro planeta desde hace un siglo es en gran parte causado por la liberación de carbono en la atmósfera. ¿Pero de que carbono estamos hablando?  El carbono es un átomo (C) presente en moléculas con propiedades muy diferentes. En la forma de dióxido de carbono (CO2, un átomo de carbono unido a dos átomos de oxígeno), es un potente gas de efecto invernadero que atrapa la radiación infrarroja en la atmósfera, empujando las temperaturas hacia arriba. Este es el mismo dióxido de carbono que sale de nuestros pulmones cada vez que exhalamos, al igual que todos los animales del planeta. Al respirar, nuestro cuerpo transforma el oxígeno (en realidad el dioxigeno, 02)  en CO2.

Al mismo tiempo, una multitud de organismos hacen exactamente lo contrario: con agua y luz, la fotosíntesis suministra oxígeno al consumir CO2. Es el caso de las plantas en tierra, y del fitoplancton en el océano, sin olvidar las numerosas bacterias fotosintéticas.
En este intercambio químico, el átomo de carbono no desaparece, él se incorpora en largas moléculas de glucosa que proporcionan energía para el cuerpo. Puesto que el plancton se ubica en la base de las cadenas alimentarias, los átomos de carbono procedentes de la fotosíntesis pasan poco a poco en los organismos vecinos.

De alguna forma, la Tierra es un circuito cerrado. En palabras de Lavoisier: "Nada se pierde, nada se crea, todo se transforma". La cantidad de carbono presente en nuestro planeta no es entonces tan relevante, la pregunta sería más bien en qué forma se encuentra y dónde. Las actividades humanas alteran un delicado equilibrio: el carbono almacenado durante millones de años en forma de combustibles fósiles, tal como el petróleo, es extraído de las capas profundas de la Tierra en pocas décadas para ser liberado en la atmósfera en forma de dióxido de carbono.

Lo mismo ocurre con la deforestación, cuando el carbono contenido en los árboles es liberado en el aire una vez los arboles son cortados o quemados. Por lo tanto, estamos vaciando los sumideros de carbono.

Los océanos en el corazón del clima
Solíamos calificar la selva amazónica de “pulmón verde”. Recientemente, los científicos se han dado cuenta de que los océanos desempeñan un papel igualmente importante, en calidad de sumideros de carbono y proveedores de oxígeno. Se habla ahora de bombeo o bomba de carbono. 
Desde una perspectiva mecánica, el dióxido de carbono se disuelve de forma natural en los océanos. El fitoplancton transforma el CO2 en O2 por medio de la fotosíntesis, y muchos organismos planctónicos son también capaces de transformar el CO2, no en forma de glucosa pero sí en carbonatos (más simplemente, la tiza). Algunos protistas producen una concha calcárea que se hunde hasta el fondo cuando el organismo muere. Lo mismo se aplica a todos los organismos marinos, sumideros de carbono en miniatura; sus cadáveres y residuos se depositan en el fondo oceánico para formar lentamente los sedimentos que almacenan el carbono lejos de la atmósfera. Igualmente, los corales generando secreciones carbonosas son reservorios de carbono.

Así, los océanos y sus habitantes no sólo absorben la mayor parte del calor causado por el calentamiento global y proporcionan oxígeno a la atmósfera: se estima que también han absorbido un tercio de las emisiones de CO2 relacionadas con las actividades humanas, en forma de carbono disuelto o mineral.

Un delicado equilibrio
Este gigantesco sumidero de carbono podría volcarse en contra nuestra si el equilibrio de este sistema se rompiera. Es lo que teme la comunidad científica. El calentamiento global está empezando a mostrar los límites del bombeo del carbono oceánico: El aumento de las temperaturas reduce la disolución del CO2 en el agua  y la capacidad de almacenamiento de los océanos: esta dista de ser infinita, podría alcanzar su punto de saturación, y disminuir drásticamente.
Peor aún, el sumidero podría convertirse en fuente de carbono, convirtiéndose en una verdadera bomba de tiempo. Otra consecuencia: el aumento de las temperaturas obliga algunas especies planctónicas a migrar para hospedarse en zonas más frías, rompiendo un fino equilibrio que ha imperado por millones de años.

Finalmente, un último descubrimiento inquietante: la acidificación de los océanos. Debido al aumento de la concentración de dióxido de carbono, los océanos se están volviendo más ácidos, con un impacto todavía mal conocido sobre el plancton y los corales, pero que sin duda afectará el sano desarrollo de un gran número de especies, con un riesgo creciente de alterar el equilibrio del bombeo del carbono oceánico.

Para investigar estos impactos y buscar posibles soluciones, debemos en primer lugar comprender a cabalidad los mecanismos de la bomba de carbono: cuáles son los organismos implicados, cómo participan, cuáles son las consecuencias del aumento de las temperaturas, de la acidez o de la concentración de CO2, etc.
Resulta muy posible que algunas de las respuestas se encuentren ahora en los congeladores de Tara.

Yann Chavance