08/07/2011

“Ser dueño de una isla desierta y no vivir en ella, ¡es criminal!"


Tara desde la isla de Kamaka. Sibylle d’Orgeval/Tara Expeditions

Aunque el mito de Robinson haga fantasear todas las generaciones, pocos dan el paso de dejar todo para instalarse en una isla y volver a empezar desde cero. Heredero, por su madre de origen polinesio, de la isla de Kamaka, Johnny lo hizo hace treinta años.

"¿Por qué no salir de inmediato? dice Jack London en "El crucero del Snark", "ninguno de nosotros nunca será más joven que hoy mismo " No posponer las cosas para mañana. London sabía vivir el instante y hacer que las palabras no se queden en el aire, que aterricen y se transformen en hechos.

"Yo lo hice también para todos aquellos que hablan de ello, lo sueñan pero nunca lo hacen. Yo tenía esta isla, así que no tenía ningún motivo para no establecerme aquí” explica Johnny en eco a London.

Un acento atípico, el encanto de la "r" que roda al modo polinesio, un toque anglosajón en algunas palabras, todo ello en un francés perfecto, y de repente un rio de idioma de Mangareva para dirigirse a Tepano, el pescador que nos guía hacia él. Johnny no parece pertenecer a una patria bien definida, excepto la de su isla. Barba y cabellos blancos, el septuagenario nos espera en la playa cuando desembarcamos del bote. Tepano hizo slalom entre las cabezas de coral que hacen de la aproximación a la orilla algo casi imposible para un novato. Uno no avisa cuando va visitar a Johnny. Sencillamente uno va allí, el ve los botes acercarse a Kamaka y viene al encuentro.

Kamaka: 45 ha, un roca escarpada, o para la gente de Mangareva, una piedra tirada al océano por una mano divina, una piedra que el tiempo ha vestido de vegetación. Las palmas de coco recalcan la línea de la playa blanca. Los pinos falcatas, elegantes árboles cuyas ramas se extienden en forma de parasol, cubren la roca hasta la cima.

Descalzo, camiseta agujerada sobre un short desgastado, a pesar de la apariencia Johnny no es un Robinson abandonado o un misántropo brusco, sino todo lo contrario. Mientras uno se siente un poco incómodo al invadir de forma improvisada un reino voluntariamente aislado, el contacto es inmediato, Johnny nos pone naturalmente a nuestras anchas.

"Vengan a tomar café, luego damos una vuelta, les voy a enseñar el lugar". Dos pequeños perros nos hacen fiesta saltando y nos escoltan. Detrás de la hilera de palos de coco, el sendero escala una lomita, la arena deja lugar a hierba corta. Cien metros después, al pie de una pared rocosa, tres casitas de madera, una de ellas siguiendo las curvas de la roca. Sin ventanas, sin puertas, las casas son semiabiertas. La cocina está doblemente abierta, hacia el comedor y hacia el exterior.

Cada objeto está en su lugar. Estantes sobrios y bien diseñados, una biblioteca y una discoteca surdidas, un congelador, herramientas para el jardín. Johnny es un exilado bien equipado. "Pero cada vez que compro un nuevo equipo, pienso antes mucho en su mantenimiento, ¡sino mi tiempo seria dedicado al mantenimiento de las herramientas que supuestamente me deben ahorrar tiempo!" Hasta en una isla, el tiempo tiene un valor preciado. El tiempo para vivir, simplemente: cultivar su huerto, arreglar, construir, reparar. Johnny tardó unos treinta años para construir su pequeño paraíso. Pero nada es acabado. Él lo hace todo y ciertamente no ve pasar el tiempo.

Poco a poco, a medida que descubrimos el feudo de Johnny, aprendemos un poco más: el bungalow era de los jóvenes que venían varios meses en la isla para supervisar las clases de los niños. Su esposa, su hijo e hija han ahora dejado Kamaka y viven en Rikitea.

"No es la buena temporada, solamente tengo naranjas para ofrecer" se lamenta Johnny. Al igual que cualquier nativo de Mangareva, Johnny nos da productos de su huerto, los regalos de la naturaleza. Aquí nunca se va uno con las manos vacías. Pero, por cortesía, nos queremos limitar: “¡No vamos a llevar todo eso!”

“! Si, por favor! ¡No comeré eso solo y no quiero alimentar las ratas en la isla!”

“¿No tienes gatos contra las ratas?” pregunta Hervé.

“Precisamente es un error grave que hice al llegar aquí. Tener gatos. Tenía dos, se multiplicaron. Rápidamente fueron demasiado. No solamente no sirvieron contra las ratas sino que comían las aves y las espantaron. Ahora tengo estos dos y es perfecto" dice, señalando a los dos pequeños perros que le están lamiendo las piernas. Una solución natural y eficaz contra los mosquitos.

Caminamos por la playa otra vez para alcanzar el estrecho camino trazado por Johnny para subir a la cumbre. Una casa en la ladera de la colina le sirve de taller. Debajo, Johnny nos enseña un espacio en terraza: “Aquí voy a construir mi casa. Las otras abajo, es provisional". Desde hace casi 30 años. Todo en la vida es temporal.

Volvemos a bordo de nuestro hogar, nuestro anclaje provisional, listos para continuar nuestras mudanzas diarias por la laguna.

Sibylle d'Orgeval