25/07/2011

Primeros pasos en las Marquesas


Tara en Hanaiapa, Islas Marquesas.Tara Expeditions

En la madrugada del miércoles, estamos divisando a lo lejos el relieve marcado de las Marquesas, nombradas así por Menada, el primer europeo en verles, en honor a su patrocinador, el virrey del Perú. Fatu Hiva, la primera tierra del archipiélago que bordeamos, tiene el perfil de las islas volcánicas jóvenes: cantiles abruptos con dientes afilados. Al igual que todas las islas altas de Polinesia, las Marquesas son las cimas emergidas de volcanes y algún llegaran a ser islas coralinas bajas.

Luego aparece Hiva Oa. Última morada de Paul Gauguin y Jacques Brel, la isla será nuestro refugio mientras pase la borrascada. Decidimos fondear en la ensenada de Hanaiapa al Norte de la isla porque el puerto de Atuona, al Sur, es demasiado expuesto al oleaje. Tara va a descansar cerca de la "cabeza negra", una roca de forma humana que cierra la bahía.

Hanaiapa

Finalmente pisamos tierra y se detiene el rodillo: el tiempo de esta escala será la salvación de algunos. Comenzamos a caminar entre las casas de la aldea de Hanaiapa cuando "Sar", en el umbral de su puerta, nos lanza un: “¿Que tal un café?"

Primeras conversaciones en tierra de las Marquesas: aprovechamos la oportunidad para apuntar las primeras palabras de nuestro nuevo idioma."Kaoha", hola, "kota onu", gracias. El idioma de las Marquesas, como el de Mangareva, es muy diferente del Tahitíano. Si bien muchos entienden el tradicional saludo de Tahiti, Ia Orana, no es parte del idioma local.

Algunos pasos más adelante William nos saluda: "¿Son ustedes los del velero? ¡Vengan a mi casa!". Segunda invitación, esta vez alrededor de frutas. "Mi casa es el club de yates de Hanaiapa, tengo el récord de visitas", explica William enseñando un cuaderno. "Dígale a su capitán que venga a firmar, tengo frutas para él también". El registro da fe: 24 barcos por año, en su mayoría estadounidenses, fondean en la bahía.

Tania, la hija de William, quien vive a pocas casas de distancia, ofrece llevarnos al otro lado de la isla, a Atuona, para nuestras compras. Y en la sinuosa carretera que sube hacia el paso antes de bajar la ladera sur, nos sugiere: "Al llegar al pueblo, ¿querrán ir al cementerio? Todos los visitantes van allí". Aceptamos, por supuesto. Rendir un homenaje a Gauguin y Brel y abrazar la vista que tienen para la eternidad. Reposan en uno de los cementerios más encantadores del mundo: rodeadas de árboles en flores, las tumbas de piedra blanca se acomodan en una colina dominando la bahía.

La paz eterna de pronto está alterada por pequeños buses que vienen al cementerio. "Turistas del Aranui". Una vez al mes, el Aranui, el barco de suministros que sirve Papeete, las Tuamotu y las Marquesas, transporta carga y también más de 150 turistas que aprovechan la escala para descubrir el pueblo. Atuona es un pueblo pequeño, y no está realmente sumergido por una multitud turística, pero después de un mes de navegación solitaria hacia las Gambier y un mes más pasado en el corazón del pequeño archipiélago, hemos perdido el hábito de lidiar con una "multitud" o con un pueblo de más de 100 casas.

En el puerto, hay bastante actividad alrededor del barco: unos buscan el combustible para sus botes de pesca, otros esperan para entregar sus barriles llenos de noni, la fruta local con propósitos medicinales. La vida de una isla es íntimamente ligada al ritmo del paso de cargueros que abastecen las tiendas y permiten el comercio.

De vuelta del otro lado de la isla. Un rápido descanso antes de volver a zarpar rumbo a la siguiente isla, Nuku Hiva, donde nos esperan Pierre Testor y Fabrizio d’Ortenzo, equipados con los gliders que serán utilizados en la próximo etapa. El mar y el viento amainaron, nos lanzamos para una noche entre las dos islas.

Sibylle d'Orgeval