Ciertas especies de fitoplancton, dinoflagelados en particular, emiten luz. J.Girardot/Tara Expeditions
A veces sabemos de antemano que las palabras no son lo suficiente fuertes, lo suficiente precisas, para transcribir a cabalidad ciertos momentos extraordinarios. Para captar toda la intensidad de esos instantes, uno los debe vivir, aquí en la cubierta de Tara sumida en la oscuridad. Esta noche, el espectáculo irreal que ofrece el océano está reservado para unos pocos privilegiados.
Ultima noche en mar abierto de una etapa San Diego – Panamá rica en emociones, antes de llegar a las costas de Panamá mañana por la mañana. Luego de una última estación científica seguida de un breve chapuzón, todos se juntan para la cena en la cubierta trasera: disfrutar de la frescura del anochecer que apaga por fin el calor sofocante del día. Al terminarse la cena, Loic Valette regresa apresurado de proa: "la luminiscencia es especialmente fuerte esta noche".
A lo largo de la navegación, los noctámbulos mas observadores han podido presenciar este fenómeno; Algunas especies de fitoplancton, en particular los dinoflagelados, son capaces de emitir luz. Esta bioluminiscencia se manifiesta de noche por pequeñas manchas verdes efímeras que constelan la superficie oscura del océano, con una intensidad variable según la cantidad de plancton presente. Y esta noche, hay mucho. A modo de anuncio de un espectáculo, Loïc apaga todas las luces en cubierta. Todos se ponen a la barandilla, explorando la oscuridad. Los surcos que traza el casco de Tara en las olas arrojan chispas, la espuma se tiñe de un halo verde. Uno juraría que hay un poderoso proyector debajo del casco. Algunos se apresuran en sacar su cámara fotográfica, como si haya que atestar que este espectáculo es real. Las palabras por si solas no alcanzaran a describirlo. Pero el ojo humano es siempre mejor que la máquina; En la oscuridad, ninguna cámara lograra capturar estas auroras boreales subacuáticas. Poco a poco, cada uno abandona la cubierta.
Por mi parte, me coloco encima de la nariz de Tara, de cara al océano. Un talkie en una mano, binoculares en otra, tomo el primer turno de noche. Hasta ahora los turnos se han limitado a una vigilancia monótona del radar, puntuada de unas cuantas rondas. Lejos de las grandes rutas marítimas, estábamos como solos en el mundo. Ahora que nos acercamos a las costas al entrar en el Golfo de Panamá, las luces de los barcos se multiplican en el horizonte, lo que exige una mayor vigilancia. Arrullado por el sonido de las olas luminosas que se estrellan en el casco, cortado a veces por la voz de Alain, el secundo oficial, que me pide precisiones sobre la posición de tal o tal barco, empiezo a ajustar mi visión a la oscuridad. El haz luminoso me parecía hasta ahora limitado a las aguas surcadas por el barco. Pero de hecho puedo contemplar millares de pequeños puntos luminosos en el mar. Tara parece navegar en un cielo estrellado en movimiento perpetuo. Ante una escena tan fascinante, casi hipnótica, uno piensa que el océano difícilmente puede ofrecer un espectáculo más suntuoso. Y precisamente en este momento, el mar decide demostrarme que estoy equivocado.
Escaneando la superficie, mis ojos se fijan en dos puntos brillantes a unas decenas de metros del barco. Dos torpedos, arrastrando una huella sinuosa de plancton luminiscente, zigzaguean a toda velocidad hacia la proa. Dos grandes delfines, bañados en un aura verde indescriptible, llegan bajo la nariz de Tara. Olvidadas, las formas precisas de los cetáceos en plena luz del día; Ahora son formas fantasmales. El delfín es en realidad invisible. Sólo micro-algas luminiscentes delatan su presencia, burbujeando un halo verde a su paso, dibujando su figura con una precisión asombrosa, como un pintor puntillista algo extravagante. Algunos segundos más allá del tiempo, antes de que ambas siluetas fascinantes desaparezcan por arte de magia. La magia ha durado un breve momento. Pero el recuerdo, el, permanecerá para siempre.
Yann Chavance