Un premio después de la estación. Y. Chavance/Tara Expeditions
A veces necesitamos poca cosa para olvidar el cansancio, los turnos de noche, el aislamiento, el mareo, o el duro día de trabajo que significa una estación de muestreo. Solamente unos pocos minutos de un placer simple en condiciones fuera de serie: nadar en el medio del océano arriba de 3.500 metros de azul profundo.
Desde hace unos días corre el rumor: la temperatura del agua alcanza los 25 grados. Es suficiente para excitar la mente y que las discusiones mencionen cada vez más un clavado y un chapuzón. Desde que salimos de San Diego, el termómetro esta en ascenso. Hace un calor sofocante en cabinas y comedor. Se puede respirar un poco de aire fresco solamente en la brisa de cubierta. Este último día de noviembre, mientras Francia se está abrigando, el sol le está pegando duro a Tara. Un día de trabajo de primera estación ha dejado a todos agotados.
El sol se pone al horizonte, arropando el océano de reflejos anaranjados, cuando terminamos de almacenar las últimas muestras recolectadas. Todos están por dejar la cubierta, esperando oír los motores arrancar, cuando el capitán lanza la buena nueva: "Si quieren nadar, es ahora. Dense prisa, sólo unos minutos antes de que oscurezca”. En un instante, la mitad de la tripulación está en traje de baño mientras François instala una escalera en la borda y lanza dos boyas atadas a una larga cuerda. Aquellos que nunca han vivido esta experiencia privilegiada bajan con cautela para terminar en las olas, de cara al casco de Tara.
El mar parece tranquilo y el barco inmóvil, pero, primera sorpresa, los nadadores son rápidamente arrastrados hacia las boyas a unas decenas de metros atrás. Sin un punto de referencia resulta difícil decir si es Tara que avanza o la corriente que nos lleva. De hecho, la exposición de la masa del barco al viento es suficiente para hacerlo avanzar ligeramente. En el agua, es entonces necesario aferrarse a las cuerdas a la deriva para no dejarse distanciar. Una vez pasado el primer placer de un chapuzón en estas aguas que nos rodean desde hace una semana, algunos empiezan a mirar bajo la superficie. Un azul profundo, indescriptible, nos invita a imaginar los 3500 metros que dejan el nadador como en ingravidez. Para seguir gozando de la sensación, muchos vuelven a subir para luego tirarse desde la borda. Pronto casi todos se lanzan en un concurso de clavados. La proa es el punto más codiciado. De pie sobre la nariz de Tara, uno le hace frente a la inmensidad del océano, el horizonte como único límite. "El mejor trampolín del mundo", se escucha en medio de las risas.
En el agua, todas las caras sonríen, se borra el desgaste visible minutos atrás. El sol se ha ido, el azul se oscurece, se está cerrando este paréntesis salado. En cubierta, al ritmo de AC / DC destilado por los altavoces de la cabina de mando, Celine nos prepara un aperitivo para celebrar el final del primer día de estación. Un momento de placeres asociados que hace que algunos quieran que se repita pronto.
Yann Chavance