11/02/2011

Tara en Puerto Edén


© V.Hilaire/Tara Expéditions
10-02-2011
Este miércoles, bajo un sol de castigo inusual en este rincón de la Patagonia, después de pasar frente a más catedrales de granito de varios cientos de metros de altura, deslizándonos sobre un agua lisa como un espejo, hemos llegado a Puerto Edén.
Es un pequeño pueblo de 150 almas, pegado del canal Iglesias que tomaremos mañana jueves. Antes del canal Messier y el Golfo de Penas. Un puerto de pescadores que conoció horas más prósperas antes de que el alga roja condene el consumo de mariscos. Esta alga tóxica ha tenido un efecto fulminante en algunos aficionados  hasta un punto letal.  Como la pesca de mariscos era la principal actividad  económica, Puerto Edén cayó de 500 a 150 personas. 70 mujeres y 80 hombres siguen viviendo aquí de la pesca autorizada de la tradicional centolla, el equivalente de nuestra araña, y de pescado.
Para atraer barcos, sinónimo de beneficios económicos, y aprovechar este eje de navegación utilizado por los cargueros y graneleros que remontan hacia el norte de Chile, se está construyendo un muelle desde hace tres años en Puerto Edén.
Pero este muelle es un cuento de nunca acabar. Normalmente, su construcción debe terminarse en abril próximo, pero la entrega de la obra se ha postergado en varias ocasiones; los lugareños se vuelven entonces cautelosos y reservados sobre el resultado de este proyecto. En todo caso, los obreros, algunos de los cuales son de Punta Arenas en el noreste de Tierra del Fuego, encuentran algo aquí para mantener sus familias. Hasta empezar a apreciar económicamente todas estas dilataciones.
En este pueblo que uno recorre a pie en un pontón de madera construido a pocos metros encima del agua, las casas son a mendo de zinc, pero pintadas de múltiples colores, lo que en un día soleado como hoy, lleva mucha alegría al lugar. Tres cuartas partes del año, llueve. 6 metros por año en promedio; ni decir que Puerto Edén, al igual que todos los canales, es muy húmedo. Es por eso que este camino sobre postes fue construido, para evitar caminar en el lodo de la orilla, donde se apilan también toneladas de conchas de mariscos.
Los habitantes se divertían todo, curiosos por vernos desembarcar aquí, con nuestras cámaras hambrientas de la más mínima curiosidad. Todos ellos eran de fácil trato, sonrientes, tranquilos.
A pesar del agua a 15 ° C, los niños estaban nadando abajo del pontón, alrededor de los barcos de pesca rojo y amarillo, los colores de Puerto Edén. Al verlos, me decía a mí mismo ¡Que  libertad para ellos! Juegos que deseo a muchos niños como los de Puerto Edén, en paz, sin miedo, una actividad aparentemente natural, bajo la mirada distante de los adultos.

Para nosotros que venimos de otro planeta, híper-tecnológico, donde el más pequeño baño a esta temperatura se convierte casi en una expedición extrema, fue un momento de pura felicidad. Y también una bofetada.
La diferencia es que es un pueblo del agua, y que estamos perdiendo cada día un poco más  nuestro vínculo con la naturaleza, esta misma que nos rodea como en Puerto Edén.
Vincent Hilaire.