09/02/2011

Tara anclado en Bahía Borja


© V.Hilaire/Tara Expéditions

07-02-2011
Este sábado por la tarde, después de haber recorrido 230 millas desde que dejamos el glaciar Seno Pía, Tara está nuevamente anclado.
Salimos el viernes alrededor de las 6 de la mañana, y en un poco más de 24 horas de navegación con motor, hemos encontrado toda clase de clima. Gran calma de inicio a lo largo del fin de la Cordillera Darwin, seguido por oleaje y mas viento después de la península Cockburn antes de rencontrar el Estrecho de Magallanes. Desde que hemos vuelto a este eje mayor de navegación, nos topamos con vientos oeste de 45 nudos establecidos, con un mar blanco al momento de  cruzar algunas entradas.
En ambas riberas de los canales, alternan paisajes boscosos, glaciares, montañas grises rayadas de estratos antiguos. Nos envuelve una sensación de hostilidad, de fin de mundo, y de belleza cruda al mismo tiempo. Un joyero de naturaleza exuberante donde el hombre no cabe, donde solamente él intenta colarse sin lio.
Las cuantas millas recorridas antes de regresar al Estrecho de Magallanes hacia el Océano Pacífico, el  "Patitifa" como lo llaman los Polinesios, fue un momento emocionante para mí. Desde Ciudad del Cabo (Sudáfrica), donde embarqué hace cinco meses, este es mi tercer océano, luego del Atlántico Sur y del Océano Austral que ciñe la Antártida. Después de más de 10.000 millas a bordo de Tara.
A mediodía, se anunció el almuerzo como siempre con el tintineo de la campana, y el viento soplaba. Hemos gozado un puré de garbanzos y pierna de cordero preparados por Hélène Santener, chef de los mares. Un mar blanco “fumando” afuera versus el ambiente acolchonado de un hostal de calidad adentro.
Bahía Borja, donde  pernoctaremos a resguardo de los vientos que barren la cubierta en ráfagas, es rica de una anécdota particular. En la orilla hay un árbol en el cual están clavadas las pancartas de los veleros que pararon aquí. Grabados en la madera, nombres de barcos noruegos, ucranianos, eslovenos. Y al parecer, esta tradición se remonta al menos un siglo atrás, desde que Joshua Slocum (1844-1909), el famoso circunnavegante solitario, uno de los primerísimos que marcaron la historia de la vela, se detuvo aquí. Ya en su bitácora, que luego hizo libro, el describía este árbol.
A bordo de Tara, ¡seguimos navegando junto a la Historia!
Vincent Hilaire