Siguiendo el Louis Saint-Laurent. B.Régnier/Tara Expéditions |
Desde las 15:00 hora local del sábado,
Tara se desliza de nuevo en aguas abiertas. En la madrugada, con las
condiciones meteorológicas favorables que un anticiclón estable nos permitía vislumbrar,
hemos bordeado la península Brodeur en medio de hielos esparcidos.
Dos horas más tarde, estábamos recibiendo
un mensaje radio desde el guarda-costas canadiense “Louis Saint –Laurent, invitándonos
a seguirlo. Este pez-piloto nos ha ayudado a pasar esta barrera de 60 millas en
un medio día, mientras temíamos tardar más de un día y una mala noche
zigzagueando entre los floes, esos témpanos de hielo joven y antiguo.
De pie en cubierta a las 5:30 am, junto a Baptiste
Regnier, el marinero de turno, estoy gozando una de esas albas que le recuerda
a uno cuanto la naturaleza y la vida son a veces hermosas en este planeta.
Minuto a minuto, el primer cielo azul se torna rosado, y anaranjado, y luego
oro, unos matices que sólo la paleta de un maestro podría restituir. Tara no está
todavía dentro del pack de hielo propiamente dicho, sino en medio de "pancakes"
de hielo, unas pequeñas placas redondas de unos metros de diámetro. Gradualmente,
este hielo se tiñe de los mismos colores.
Daniel Cron, el mecánico en jefe, con un buen
humor legendario y contagioso, Céline Dimier-Hugueney, bióloga y Lars Stemmann,
se nos unen para maravillarse como niños ante tanta belleza. Lars, conmovido, confía
que él no ha visto algo así desde hace dieciocho años, cuando el participaba en
una misión en ….a bordo de “Antartica”, hoy en día llamado Tara.
Estamos flotando entre magia y asombro. De
repente, el guarda-costas canadiense “Louis Saint-Laurent nos contacta por radio. Un corto intercambio formal en inglés
nos informa que se le ha instruido escoltarnos. Loïc Vallette asiente y coloca
Tara a distancia detrás del rompe-hielos de casco rojo que enarbola una flor de
arce pintada en su chimenea blanca.
A una distancia de seguridad de ochocientos
metros, seguimos nuestro abre-camino por cincuenta millas, dejando a estribor la
península Brodeur y sus montañas nevadas. Milla tras milla en este canal de aguas libres creado por el guarda-costa, tomamos
consciencia de que estamos cruzando el Paso del Noroeste con facilidad gracias
a este protector. Sin él, habríamos gastado una gran cantidad de energía, de fatiga,
y tal vez de algo más, para sortear nuestro camino en la fina línea blanca de
hielo que bloqueaba nuestro horizonte.
Nuestro guía se despide, de vuelta a su misión
de seguridad del tráfico marítimo en la zona. Nosotros también regresamos a
nuestra misión: el equipo científico se reúne para preparar una estación larga en
el Lancaster Sound, durante los dos días venideros.
Tara traza su ruta ahora con yankee y un
motor, no hay más barrera de hielo de tamaño significativo delante de su proa. Hemos
cruzado los pasos del Noreste y del Noroeste en los plazos asignados para esta
expedición alrededor del Océano Ártico, descartando lo de invernar o de tener
que dar la vuelta.
Vincent Hilaire