Estación en mar de Laptev, Rusia. Anna Deniaud/Tara Expéditions |
Las condiciones meteorológicas han paralizado la última estación de muestreo.
En cuestión de pocas horas, el viento y las olas convierten el mar de Laptev en
un campo minado por pedazos de hielo a la deriva. Cada miembro de la
tripulación ha sido solicitado para que los científicos puedan recolectar las
muestras deseadas.
"Para mí, cada
muestra ha sido una lucha y una victoria", resume Margaux Carmichael,
responsable de las muestras de protistas y presa del mareo. "Ha sido
laborioso, especialmente en el segundo día, con un mar muy picado. Me voy a recordar
de estas idas y vueltas entre congelador y nevera en proa. Pero estoy feliz de
haber completado la estación en una de las áreas que más nos interesa en este
leg" precisa Pascal Hingamp.
La Cuenca de
Nansen, zona de esta estación, es una región profunda del Ártico accesible en
verano, con profundidades de 1200mts. El primer día, la roseta CTD muestrea a 1000
metros. El segundo día, los esfuerzos se centran en la capa mesopelágica, a
unos 300 metros de profundidad. En la Cuenca de Nansen, a esta profundidad, se
mezclan las masas de agua oriundas del mar de Barents y las aguas venidas del
Atlántico.
Pero al final de
la segunda mañana, debemos detener el muestreo. "Tengo los pies en el
agua, por las olas y, aun con ancla flotante, derivamos a más de dos nudos. Es arriesgado
seguir así, para nosotros y para el material”, explica Claudie Marec.
A principios de
tarde, enfrentamos rachas de viento a 35 nudos y olas de 5 metros. Zarandeados
por las olas, danzando entre hielos, nos enrumbamos al Este, hacia Pevek. Todos
exhaustos por la estación, y unos siendo además presas del mareo, gran parte de
la tripulación tiene pinta de “Balsa de la Medusa”.
Por desgracia, la noche no nos
da tregua. Los útiles de cocina, las herramientas del taller, los cuadros y
lienzos del pasillo, todo se mueve, cae y gira al compas de los gemidos del
barco maltratado. Incrustados en nuestras literas en contra de nuestra voluntad,
esperamos que la montaña rusa infernal termine. Sin embargo, el mar de Laptev
no oye nuestra suplica, ahogada por el ruido de los motores. Esta mañana, en el
desayuno, escasean las caras sonrientes. Tendremos que esperar otro día mejor.
Anna Deniaud Garcia