Nortbrook Island, su del archipiélago Francisco José. A.Deniaud / Tara Expéditions |
Tierra en el horizonte. El archipiélago cumple
con sus promesas. El paisaje es majestuoso. Bajo un sol tímido, unos imponentes
glaciares caen en un mar helado. La
temperatura se ha vuelto negativa, agravada por un viento mordaz. Tara zigzaguea
entre esculturas de hielo. El Ártico redobla
de esplendor al desplegar unos icebergs de hasta cinco metros
de altura. Cautelosa pero segura, la goleta se adentra en el archipiélago, y milla
tras milla, la perla del Ártico se luce aun más.
Después de bordear los acantilados de hielo
de Nortbruk Island, Tara ha hecho ruta hacia el legendario Cabo Flora, punto de partida de las expediciones al Polo
Norte y ultima morada de numerosos exploradores. Es casi medianoche cuando surge una
colina verde en medio de la niebla. También vemos unas siluetas humanas. Equipados
con teodolitos, unos hombres parecen trabajar en un nuevo mapeo de la isla. Divisamos
su campamento, pero la casa de Jackson ha desaparecido del paisaje.
Jackson es el explorador Inglés, quien, a finales del siglo
19, ha pasado varios inviernos en el cabo Flora. El se había vestido
formalmente de traje para dar la bienvenida a Nansen y Johannsen después de su
fallido intento de expedición al Polo Norte. Estamos tratando de comunicarnos con
los hombres en tierra, por gestos y radio,
pero en vano. Hoy, tampoco Jackson nos
saludará. Observamos un rato unos uria, o araos, encaramados en un iceberg, antes
de seguir con nuestra progresión hacia la isla de Alexandra. Militares y guardianes
del parque natural nos están esperando.
Una fina lluvia y una espesa niebla bañan la
tierra y los glaciares que nos rodean. Unos tanques oxidados emergen de la
oscuridad de la costa. Tara fondea en un ansa por cuarenta y ocho horas. Nos
reportamos por radio a las autoridades. Veinte minutos más tarde, un camión
militar nos espera en la orilla, con luces encendidas para indicar su presencia.
Extraña sensación. Después de las presentaciones, el camión se transforma en un
autobús turístico. Sergei nos traduce las
explicaciones de nuestro guía, el responsable del parque natural.
Primera parada en la base de Nagurskaya. En
unos edificios de lamina color azul, se esconde un jardín artificial: falsa hierba,
árboles de plástico, fuente iluminada y un acuario con peces exóticos. Una mesa
de billar, un futbolín, una pantalla gigante y juegos para niños. Algo evocador
de entretenimiento para aligerar la pesadez del invierno, del frío, de la falta de sol. En camión sobre la
pista lodosa, descubrimos luego el resto de la isla. A pesar de los grandes
esfuerzos de limpieza realizados desde la creación del parque, subsisten restos
de vehículos militares y antenas oxidadas en este paisaje lunar. Pero la
naturaleza sigue viva: según nos cuentan
los guías, dos osas y sus crías merodean
en la cercanía.
Llegamos a la antigua base científica de
Sergei. Una casa en el medio de la nada, con vista al lago y al mar. Más de
veinte años después de su última misión aquí, el investigador vuelve a encontrar
sus viejos instrumentos, abandonados al aire libre. Entusiasmo y nostalgia a la
vez: "Con una pequeña reparación, el cabrestante trabajaría otra vez".
Por fin, el sol se digna en aparecer,
iluminando los glaciares y los mástiles de Tara. La visita ha sido breve, pero nos da una tonada de la aventura que
apenas comienza.
Anna
Deniaud Garcia
* Teodolito: instrumento de agrimensura
para medir ángulos horizontales y verticales.