S.d’Orgeval/Tara Expeditions
Martes 14 de junio, son las 4:00 de la mañana; Yohann Mucherie, marinero, y yo terminamos nuestro turno, con la imagen de la tierra prometida en mente: nos estamos acercando a Henderson island. El viento es débil, andamos con motor a 6 nudos. La isla podría estar a la vista a eso de las 7:00. Sumamos entonces nuestro post-it a los que ya están en el puesto de mando, a la atención de los del primer turno del amanecer: "Despertarme a las 6 – Francois A”; "Despertar Sophie a las 6, gracias". Todos están ansiosos por ver la isla emergiendo de repente del océano.
Así que son unos “yuhuuu” que me despiertan. ¿La tierra ya se puede ver? Salgo aprisa de mi cabina, me topo con Hiro Ogata y Johan Decelle, nos tropezamos en el pasillo, todos hemos oído los gritos y corremos a ver. Pero desde la cabina de mando, ni la sombra de una isla a la vista. Afuera, una lluvia pesada como una granizada está azotando el barco. El anemómetro reporta más de 30 nudos. Loïc Valette, el capitán, Francois Aurat y Yohann se afanan en el chubasco y los gritos son sus saludos a las olas que se estrellan en cubierta.
De Henderson, ni pio. El clima ha cambiado de nuevo. Y una borrasca ataca la goleta.
Los mitos son difíciles de domesticar. El de una isla desierta desvelada por los primeros rayos del sol se desvanece. Pero más inasequible el sueño, más prolífica la imaginación. ¿Habrá algún Robinson agitando un pañuelo blanco en la orilla cuando lleguemos? ¿Playas de arena blanca con palmeras de coco? ¿Langostas por doquier que nos estén esperando?
Henderson Island, 31km2, 31 metros de altura máxima, parte del conjunto de las Islas Pitcairn, el nombre de la isla mayor, famosa por haber acogido los amotinados del Bounty, episodio histórico de la Marina Real Británica. Habrá materia para revivir los mitos.
A finales de 1787, el teniente Bligh toma el mando del "HMS Bounty", Her / His Majesty Ship, y zarpa. Su meta: ir en búsqueda del “árbol de pan” en Polinesia para introducirlo en la Antillas en calidad de alimento para los esclavos. Diez meses más tarde, el Bounty llega a Tahití. El ambiente a bordo es tenso. Bligh manda con puño de hierro y la tripulación resiente cada vez más su temperamento colérico. Él reprime duramente una serie de incidentes causados por las restricciones de comida. En abril de 1789 un último altercado provocado por Bligh quien acusa unos marineros de un robo de coco degenera en motín. Obligan Bligh a dejar el barco con sus seguidores. Una veintena de marineros rebeldes se lleva el Bounty. Esta tripulación elige finalmente desembarcar en Pitcairn, una isla mal documentada en los mapas, para escapar de la Royal Navy que les perseguirá. Allí queman el Bounty el 23 de enero 1790. Cada año, el 23 de enero se celebra en la isla.
En 1808, 18 años más tarde, un ballenero llega a la isla y descubre el último sobreviviente del Bounty. Un solo hombre viviendo con una decena de mujeres tahitianas recogidas por los amotinados en oportunidad de una escala anterior a Pitcairn. Los demás hombres se habían matado entre si después de que uno hubiera fabricado un alambico.
No planeamos quedarnos mucho tiempo en Henderson. Los conflictos letales del Bounty no nos amenazan en lo más mínimo: la cocina de Celine, lejos de crear divisiones, reconcilia a toda la tierra; Y entre los instrumentos científicos a bordo, que se sepa, no hay alambico.
Dejaremos pasar la tormenta al amparo de la isla y haremos ruta hacia la estación prevista, esta vez por seguro, el día siguiente, miércoles.
Sibylle d’Orgeval