Algunos radiolarios. J.Decell/SB Roscoff/CNRS/UPMC /Tara
Ha transcurrido más de una semana desde la última estación. Nos hemos tragado 1400 millas y un huso horario. La vida de nuestra pequeña sociedad es regulada y es con la aprobación general que Loic decide del cambio de hora para después del almuerzo, cuando uno se repone del tiempo de sueño perdido durante los turnos de noche. Una hora bendita más de siesta, y nos atrasaremos de una hora más navegando cada vez más hacia el oeste. Francia es un Oriente cada vez más distante, 8 horas por delante de nosotros.
Merced a estos días de navegación a vela, hemos tenido el tiempo para organizar la estación e instalar nuevos instrumentos. Todo parece estar listo. Es el mero momento elegido por algunos instrumentos para enloquecerse, unos veteranos que hasta ahora cumplían a cabalidad en toda discreción.
El módem wifi del comedor, nuestro espacio de convivencia, nos abandona y la conexión alambrica también hace berrinches. El capitán, obligado a desvelar sus talentos de técnico en redes, sale a explorar el mundo cerrado de la informática a bordo. El local "PC Com" se transforma en una espesa jungla de cables que brota de los armarios, donde aparecen enchufes y conectores desconocidos hasta entonces. Loic intenta descubrir el origen de la crisis, apoyado fielmente por François Noël, el jefe de máquinas, quien se abstiene de dar un tijerazo en todo eso para resolver.
Mientras tanto, en cubierta, todo pinta bien: se siguen las sumersiones de instrumentos, roseta, redes, bombeo. Los científicos cosechan el plancton que confirma los datos oceanográficos: el agua de la zona de esta nueva estación, pobre en clorofila en los mapas por satélite, contiene pocos organismos vivos, a diferencia de la zona anterior. Estamos en una zona intermedia en acercamiento a un desierto oceánico.
Sin embargo, de repente, aletas en el horizonte nos muestran que no estamos solos en medio del azul profundo. ¡Ballenas! Todo el mundo corre a ver los mamíferos que inician una ronda alrededor del barco; ¿Atraídas por el casco de Tara que les parecerá uno de sus congéneres? ¿Atraídas por la inmersión a 500 metros de la roseta y por nuestro trabajo científico? Ellas nos abandonan mucho antes del final de las operaciones. La última sesión termina bajo las estrellas. La estación continuara mañana. Luego volveremos a enrumbar hacia las Gambier.
Sibylle d’Orgeval