Julius Lukes, biólogo. V.Hilaire/Tara Expéditions |
Desde el jueves, progresamos con motor a lo largo
de las costas canadienses. Tras el episodio de viento en los últimos días, los catorce
a bordo aprecian la relativa calma de estas aguas protegidas por la isla de
Terranova. Sera una pausa breve ya que se pronostica un nuevo vendaval. Tara se
quedara entonces anclado a resguardo
unas cuarenta y ocho horas.
Después de una
esplendida puesta del sol sobre Belle-Isle, la primera tierra avistada después del
Mar de Labrador, embocamos el estrecho de noche. A eso de medianoche la nieve caía
en borrascas, y el amanecer nos ha traído el baroco encanto de una cubierta congelada,
llena de un espeso polvo blanco. El espectáculo y los gestos nos traen los recuerdos
de la deriva ártica de Tara, las tareas colectivas de remoción de nieve, pisando
la banquisa alrededor del casco tras días de tormenta.
Julius Lukes,
nuestro simpático biólogo checo, pala en mano, se esmera en liberar los winchs
de proa de su manto de nieve. Mi comparación con dos esqueletos protestando
contra su labor le provoca una franca
risa, manifestación tal vez del niño interior de cada uno que la nieve suele
despertar.
Nos estamos
percatando de la cercanía de una autopista marítima. El tráfico está aumentando
a nuestro alrededor y, pronto, deberemos respetar las reglas de los rieles de navegación
que rigen en el Saint-Laurent de aquí a Quebec.
Mientras, los
científicos están empezando a guardar los dispositivos de inmersión, después de
156 inmersiones de la roseta, 55 estaciones de muestreo, y miles de nuevas muestras
que permitirán caracterizar los ecosistemas del Ártico.
Vincent Hilaire