Llegando a Quebec. V.Hilaire/Tara Expéditions |
La navegación
entre Tadoussac y Quebec nos ha tomado unas veinte horas, en condiciones muy
buenas.
Al amanecer, en
cada ribera del Saint Laurent, divisamos cada vez mas casas, carreteras, silos
de grano, campos, caminos...Y un vuelo de cigüeñas en reunión antes de una migración
masiva hacia el Sur, tal vez alertadas
por la nieve que viene cayendo. La niebla nos envuelve. Quebec esta delante de
nosotros, al extremo de la isla de Orleans, pero invisible, opacada por una
espesa cortina gris.
Es a un par de
millas apenas de nuestro punto de aterrizaje que empezamos a discernir los
contornos de la ciudad: un clásico centro de negocios con torres, las primeras
grúas portuarias, unas chimeneas industriales soltando un espeso humo blanco.
La flota de la
Guardia Costera canadiense, incluyendo el famoso Amundsen, está amarrada al
muelle que conduce a la dársena Louise. Esta flota goza de un merecido descanso
después de una temporada con mucho hielo y múltiples intervenciones de asistencia
a la navegación en el Paso del Noroeste.
Hay una fuerte corriente.
Martin y la tripulación están atentos a salirse a tiempo del cauce del río y no
perderse la entrada de la dársena. Luego de un primer intento fallido, Martin sube
un poco rio arriba para apuntar mejor a la puerta de entrada de unos sesenta
metros de ancho. Atracar tampoco resulta fácil. El pontón asignado es estrecho y
bajo, debemos cuidar de no “entrarle” fuerte. Fançois Aurat, desde el anexo, guía
la trayectoria de Tara. Nuestras 150 toneladas y nuestra exposición al viento
son difíciles de controlar sin propulsión de proa, así que el neumático presta
apoyo a la maniobra, frenando o empujando. Poco a poco, en reversa, Martin y François
acoplan suavemente Tara a su pontón. Claudie Marec, ingeniera oceanógrafa
veterana de Tara y un puñado de curiosos están aquí para recibirnos. Un
espontaneo aplauso saluda la exitosa y delicada maniobra. Complacido, Martin luce
una sonrisa que habla más que palabras.
Vincent Hilaire