04/11/2013

En camino


Anclaje frente a Sainte Barbe, Canadá.V. Hilaire/Tara Expéditions
El sonido de los winch me saca de mi lectura. Sumergido en mi libro, me pregunto todavía a ratos cómo ha sido posible que hayamos perdido agarre y derivado este fin de semana. Acabamos de subir ancla y cadena embarrados de un fango negro pegajoso. Estamos dejando nuestro fondeadero de Sainte Barbe.
  
Con velas, sin motor, el sonido del agua fluye a lo largo del casco. Los movimientos de la goleta son suaves. Martin acertó al esperar esta mañana que el viento amaine, gire, y que el mar se calme. Una buena brisa del Norte nos empuja. El tiempo es espléndido, el sol, el viento por el través, la estela se estira en largos arabescos blancos.

Todo el mundo está feliz de volver a la navegación rumbo a Quebec. La impaciencia se hacía palpable mientras se subía el ancla. Ahora, es pura felicidad, marchamos sin esfuerzo a  9 nudos. Este barco es de una versatilidad increíble, un día oceanógrafo, y el otro, fino velero en un viento de 20 nudos.

Como es habitual en Tara, la calma interior permite trabajar en la computadora, leer o soñar. Me estoy metiendo en el libro de Bernard Buigues, en su aventura con los mamuts siberianos. Yo sabía de sus habilidades diplomáticas, no conocía su talento como escritor.
El sol baña la sala-comedor, está haciendo un calor tropical. Tara es un barco polar. Sin calefacción, con esta burbuja de plexiglás, adentro hay 20°C más que afuera.

El día promete ser tranquilo, arrullado por el mar que se está formando. Más de 600 millas nos separan de Quebec pero tenemos una semana para llegar.

Jean Collet