Bandera de la jefatura del puerto de Saint-Pierre-et-Miquelon. Yann Chavance/Tara Expeditions |
De Quebec a Saint-Pierre son sólo cinco días de navegación, unas 700 millas. Parece ser una navegación tranquila, pero desde la salida del estuario del río Saint Laurent (San Lorenzo), los elementos se han ensañado contra nosotros.
Sábado en la mañana
dejamos el puerto de Quebec para bajar el rio Saint Laurent. La superficie del
rio es lisa como un espejo y por dos días progresamos en una calma total,
disfrutando de espectaculares puestas de
sol a lo largo del estero, uno de los más amplios del mundo. Pero las primeras
malas noticias llegan: una tormenta de fuerza 8 se acerca. Para garantizar la
seguridad del barco, el capitán decide detenerse y fondear por unas doce horas.
En la noche del
domingo al lunes, Tara se encuentra entonces anclado a poca distancia de la
costa. Despertamos frente a una aldea de Gaspesia. El ambiente de la mañana es
apacible pero mar afuera, la tormenta arrecia. A principios de tarde, levantamos
el ancla para adentrarnos en el Golfo del Saint Laurent. El viento ha bajado a 25
nudos pero eso basta para sacudirnos.
Toda la noche,
Tara se balancea de babor a estribor y se eleva a la cresta de las olas como para
mejor aplastarlas. Los golpes puntúan el
transcurso de la noche sin parar. El contraste con los primeros días en la
tranquilidad del río ha debilitado la mayoría de los pasajeros. Al amanecer,
las caras demacradas atestiguan de la dura realidad de la navegación en esta
parte del mundo, conocida por sus depresiones violentas de noviembre a marzo.
Apenas recuperados
de la epidemia de mareo, nos enteramos de que otra tormenta se está formando, más
violenta aún que la primera. Fuerza 9 con vientos de 45 y hasta 60 nudos en ráfagas.
Los marineros están a la espera de los últimos mapas del tiempo. Ellos
contemplan todos los escenarios posibles
como el de permanecer anclados cerca de la costa hasta que pase la tormenta.
El miércoles, el
día temido, las noticias nos dejan algo de esperanza: la tormenta estará sobre Saint
Pierre unas cinco horas más tarde. Eso
nos da la oportunidad de llegar al puerto a tiempo. Todo el día, en nuestra carrera
contra el reloj, las preguntas y dudas persisten: ¿Llegaremos a tiempo? ¿Nos va
alcanzar la tormenta? ¿El piloto de Saint-Pierre aceptará guiarnos de noche?
El gran cielo
azul de esta tarde da paso a unas nubes amenazantes. De repente la noche cae,
sumiendo Tara en una oscuridad total. Se divisan apenas algunas luces del archipiélago.
Después de la cena, los marineros están tensos, debatiendo de las últimas informaciones.
Sobre las diez de la noche, todos se afanan cubierta
afuera en un ballet de lámparas frontales para arriar las velas. El barco del piloto
aparece. El piloto sube a nuestro bordo a costa de acrobacias. El lleva Tara en
el canal que conduce al puerto. Atracamos a las 23horas. Los motores se apagan,
frente a decenas de personas que han desafiado
el frío para asistir a nuestra llegada. Estamos por fin en San Pedro y
Miquelón.
Yann Chavance