Alrededores de Sopochnaya Karga. A.Deniaud / Tara Expéditions |
Los hielos marinos a la deriva están dando paso a unos trozos de
madera, el olor a tierra se mezcla con el aire marino. Tara sube el río
Yenisei, de unos 150 kilómetros de ancho en su desembocadura. En el horizonte,
parcialmente cubiertos de nieve, se acercan unos acantilados rocosos. Fondeado aquí,
Tara deberá esperar a que lleguen los pilotos que nos acompañarán hasta
Dudinka. Divisamos a lo lejos las antenas de la estación meteorológica
Sopochnay Karga erguidas sobre un cielo azul, y eso pica nuestra curiosidad.
Resulta difícil convencernos
de que estamos en el Ártico. El sol se nos pega día y noche, calentando el
interior del barco. Quienes no han previsto su muda de pantalones cortos y
camisetas ligeras están sufriendo. La región está experimentando una ola de
calor excepcional. Después de un día de trabajo, la cubierta de Tara parece un balneario.
Nos zambullimos en un agua amarillenta de dieciocho grados. Resulta placentero
refrescarse gozando del verano.
La llegada de los
pilotos rusos está prevista en dos días. Estamos anclados frente a la estación
meteorológica Sopochnay Karga. Después del contacto inicial, Sergey Pisarev obtiene
el permiso de pisar tierra. Todos quieren abordar los zodiac para estirar
piernas en tierra firme. Lee Karp-Boss y Joannie Ferland incluso pretenden hacer un jogging. Pero un
asalto multitudinario de mosquitos viene enfriar los ánimos. Cada quien se inventa
un atuendo protector, ilusoria protección frente a unos mosquitos hambrientos de sangre fresca.
Escasean los visitantes por aquí.
La estación
meteorológica ha sido construida en 1939 y hace sesenta y cuatro años que,
invierno tras verano, hombres y mujeres se turnan en esta ensenada para registrar
la salinidad y temperatura del agua, la fuerza y dirección del viento, las
olas, etc. Hay mediciones por hacer cada tres horas, día y noche, sin descanso. Para asegurar la vigilancia
meteorológica, cuatro personas viven permanentemente en la estación. En verano,
algunos colaboradores de temporada dan una mano para dar mantenimiento a las
instalaciones. Los años, las condiciones meteorológicas, de hasta cincuenta
grados negativos en invierno, junto a la falta de recursos, no han sido benévolos
para con Sopochnay Karga. La estación se está desmoronando.
Entre chatarra
oxidada y latas, en medio de un campo de algodón del Ártico, tres vehículos
militares reposan en paz. Cerca de la playa, dos cabañas de madera han perdido el
equilibrio. El permafrost* se ha derretido y con él, las bases de las casas. Alexei,
un joven meteorólogo que se ha mudado aquí hace tres años con su esposa e hijo,
espera que la situación cambie a la brevedad. ¿Remodelación o traslado? Mientras
tanto, el sigue trabajando con dedicación. Entre dos mediciones, el sale a pescar o cazar
renos salvajes. El campamento recibe avituallamiento una sola vez al año.
Afortunadamente, unos capitanes de cargueros que pasan por el rio dejan algunos
productos frescos. Pero los verdaderos visitantes son escasos. Vivir aquí implica
disfrutar el aislamiento.
Los dos pilotos
llegan antes de previsto y debemos despedirnos de Alexei, Oleg y Yulia. Dejamos
atrás Sopochnay Karga que se vuelve un
punto en el horizonte. Doscientos cuarenta millas más adelante nos vamos a
topar con la ciudad rusa de Dudinka.
Anna Deniaud
Garcia
*Permafrost: suelo
permanentemente congelado.