09/07/2013

Estación científica en el borde del hielo


Danza de angeles de mar. S. Januskiewicz / Tara Expéditions

Mientras los hielos golpean el casco de Tara, la tripulación organiza el muestreo de estas aguas heladas.  Afortunadamente, en este día de verano, las temperaturas son suaves, el termómetro se ha estabilizado en torno a -3° C. La estación de investigación será larga, pero el Ártico es generoso con los valientes.

Francamente, el arranque es laborioso, limite caótico. ¿Cuestión de frio, o de una nueva programación en aguas de escasos 50 metros?  La roseta se sumerge dos veces en balde pero la tercera es la buena. Se perfila la riqueza de la zona en biomasa, revelando una cantidad significativa de fitoplancton entre treinta y cinco y cincuenta metros. Se reprograman las  inmersiones de las redes. Por la concentración de plancton, la filtración se hace lenta. En las muestras, se mezclan diatomeas, micros algas unicelulares que producen gran cantidad de oxígeno, y una variedad de copépodos y briozoos, invertebrados marinos que viven en colonias en corrales individuales.

Sólo el  Manta, la red que permite recoger las partículas de plástico de superficie, se salva de una inmersión en el hielo. Marc Picheral decide no usarlo, por temor a dañar sus mallas. El hielo conlleva ciertas dificultades de operación: debemos dejarnos derivar en espacios de muestreo libres de hielo. Y es en una de estas derivas que nos topamos con el primer amo del lugar.

Un oso polar aparece en medio de una arquitectura de hielo. Es Sergey quien lo divisa primero. El oso olfatea nuestra presencia. Se deja observar, hasta lucirse con un brinco atlético entre dos bloques de hielo. Pronto, buen nadador, el se zambulle para volver a su privacidad.

Cada quien vuelve a su tarea. Unas horas más tarde, son tres ángeles de mar que avivan nuestra curiosidad, dejándose pescar en la red de 180 micras. Estos seres transparentes y rojos, con pequeñas alas, honran su nombre. Su delicado desplazamiento en el agua evoca claramente la representación común de unos ángeles celestiales. Luego es el turno de una foca. Pero el mamífero marino no se digna en acercarse, indolente, tirado en la banquisa. No importa, estamos igual de fascinados por estos furtivos encuentros que puntúan nuestra ruta en medio del resplandor blanco.

Anna Deniaud Garcia