Danza de angeles de mar. S. Januskiewicz / Tara Expéditions |
Mientras los hielos golpean el casco de Tara, la
tripulación organiza el muestreo de estas aguas heladas. Afortunadamente, en este día de verano, las
temperaturas son suaves, el termómetro se ha estabilizado en torno a -3° C. La
estación de investigación será larga, pero el Ártico es generoso con los
valientes.
Francamente, el
arranque es laborioso, limite caótico. ¿Cuestión de frio, o de una nueva programación
en aguas de escasos 50 metros? La roseta
se sumerge dos veces en balde pero la tercera es la buena. Se perfila la riqueza de
la zona en biomasa, revelando una cantidad significativa de fitoplancton entre treinta y cinco y cincuenta metros. Se reprograman
las inmersiones de las redes. Por la
concentración de plancton, la filtración se hace lenta. En las muestras, se mezclan
diatomeas, micros algas unicelulares que producen gran cantidad de oxígeno, y
una variedad de copépodos y briozoos, invertebrados marinos que viven en
colonias en corrales individuales.
Sólo el Manta, la red que permite recoger las
partículas de plástico de superficie, se salva de una inmersión en el hielo. Marc
Picheral decide no usarlo, por temor a dañar sus mallas. El hielo conlleva
ciertas dificultades de operación: debemos dejarnos derivar en espacios de
muestreo libres de hielo. Y es en una de estas derivas que nos topamos con el
primer amo del lugar.
Un oso polar aparece
en medio de una arquitectura de hielo. Es Sergey quien lo divisa primero. El
oso olfatea nuestra presencia. Se deja observar, hasta lucirse con un brinco atlético
entre dos bloques de hielo. Pronto, buen nadador, el se zambulle para volver a
su privacidad.
Cada quien vuelve
a su tarea. Unas horas más tarde, son tres ángeles de mar que avivan nuestra curiosidad, dejándose pescar en la red de 180
micras. Estos seres transparentes y rojos, con pequeñas alas, honran su nombre.
Su delicado desplazamiento en el agua evoca claramente la representación común de unos ángeles celestiales. Luego es el
turno de una foca. Pero el mamífero marino no se digna en acercarse, indolente, tirado
en la banquisa. No importa, estamos igual de fascinados por estos furtivos
encuentros que puntúan nuestra ruta en medio del resplandor blanco.
Anna Deniaud Garcia