Llegar por el mar permite aprehender un lugar de forma diferente y tomarse el tiempo para descubrirlo. Primero su relieve, luego sus colores y finalmente su geología. Desde lejos, la pequeña isla de Kikai nos revela sus diversas caras: cantiles calcáreos, una superficie llana, campos de caña de azúcar y un clima de zona tropical. Durante dos días, desde el anclaje, la tripulación ha tenido la oportunidad de observar a distancia, mientras los científicos procedían al muestreo del arrecife coralino.
En japonés,
Kikaijima significa “la isla del placer”. Ubicada entre el este del mar de
China y el Pacífico, entre zona templada y tropical, Kikaijima es atípica. Cada
año, el altiplano coralino que forma esta pequeña isla se eleva un poco más: debajo
de los pies de sus 7600 habitantes, está obrando la tectónica de placas.
Hace 100,000
años, Kikaijima era un arrecife coralino como los demás: una colonia de
animales construyendo un oasis de biodiversidad debajo de la superficie. Luego,
con el trabajo de las fuerzas telúricas a lo largo de miles de años, el
arrecife llegó a la superficie: se erige en la actualidad a 214 m arriba del
nivel del mar. Esta isla aislada del archipiélago de Aman llama la atención de
los geólogos por su velocidad de elevación: 2mm por año, una de las velocidades
más rápidas del mundo, junto a la isla de Barbados en el Caribe, o la península
de Huon en Papua Nueva Guinea.
Hoy en día,
vivir en Kikaijima dista mucho del frenesí de las grandes ciudades niponas. En
estos 53 km2 de calcáreos, las preocupaciones diarias de los isleños rebasan la
originalidad geológica de la isla. De Kikai emana un dulce arte de vivir. Un
poco de pesca, un poco de agricultura, un solo supermercado, donde está
desplegado un cartel anunciando la llegada de Tara. Y dominando el puerto de
pesca, desde hace dos años, se erige el Coral Reef Institute, creado por
Tsuyoshi Watanabe y Atsuko Yamazaki.
Tsuyoshi
Watanabe, catedrático de la Universidad de Hokkaido es especialista en paleoclimatología
y geología: “Después de dar la vuelta al mundo, nos hemos dado cuenta de que la
gente aquí no sabía nada del coral. Por lo general, los científicos visitan un
lugar, recolectan muestras y se las llevan a sus laboratorios. Hemos decidido
establecer aquí este instituto para también compartir nuestros conocimientos.
Actualmente, los niños de la isla conocen el coral y eso nos enorgullece. Este
altiplano coralino ha conocido diferentes períodos climáticos. Estudiándole
podemos retroceder en el tiempo para comprender mejor el ecosistema coralino
pasado, su paleobiodiversidad. Eso podría darnos valiosas informaciones sobre
el futuro de nuestro entorno. Kikaijima se ubica en una frontera entre pasado y
presente. Es una isla única”.
Noëlie Pansiot