Y.Chavance/Tara Expeditions
Motores apagados, velas dobladas. Tara está iniciando una estación larga en el Golfo de México. ¿En medio de la nada? En realidad no. Hace dos años, cerca de aquí, tuvo lugar uno de los más importantes desastres ecológicos relacionados con el petróleo: la explosión de Deepwater Horizon. A primera vista, no queda rastro de la plataforma y de los millones de litros de oro negro derramados, pero los científicos todavía se preguntan si los microorganismos marinos aún llevan las marcas de la catástrofe. A la espera de los resultados, memoria de lo sucedido.
20 de abril 2010, Golfo de México, a 400 kilómetros de la costa de Luisiana. La plataforma de perforación off-shore Deepwater Horizon, en manos de la compañía BP, explota y arde en llamas. Se detectan varios escapes del preciado líquido. De las 115 personas que trabajan allí, mueren once en el acto. Dos días después de la explosión, la vasta estructura se hunde en 1500 metros de profundidad. Al día de hoy resulta todavía difícil determinar la exacta secuencia de lo ocurrido. Nadie parecía haber anticipado una catástrofe de tal magnitud.
Coloso con pies de barro
En 2007, el Minerals Management Service, una agencia de EE.UU. responsable de todo lo relacionado con la industria petrolera, impulsa tres estudios de riesgo ambiental en el Golfo, entre ellos uno sobre Deepwater Horizon. Se estima que un derrame no podría exceder unos cuantos miles de barriles (un barril contiene 160 litros de aceite), y que se disiparía en diez días, con pocas posibilidades de alcanzar la costa.
Con previsiones que tildan de "improbable" la hipótesis de un accidente, no se obliga BP a una evaluación prospectiva detallada del impacto. BP se lanza en una empresa de gran envergadura: realizar la perforación más profunda del mundo. Par ello, BP alquila la plataforma Deepwater Horizon a la empresa perforadora Transocean hasta el 2013. Se trata de una plataforma semi-sumergible que flota sobre el pozo, movida por potentes propulsores. Un verdadero gigante de los mares: más de 120 metros de largo, 80 de ancho, un derrick de 70 metros de altura. En 2009, BP bate así el récord mundial: un pozo de 10685 metros, de los cuales más de 1200 metros bajo el agua. Notoria hazaña tecnológica. Hasta la catástrofe del 20 de abril de 2011, mientras la plataforma se preparaba para celebrar su décimo aniversario, exponiendo así a la atención mundial una serie de deficiencias del sistema automatizado de seguridad.
Un derrame fuera de control
De inmediato, BP implementa las primeras medidas de contención de la catástrofe anunciada. Barcos-bombas luchan contra el incendio con chorros de agua. Cuatro robots sumergibles bajan a 1500 metros en un intento de parar las fugas. Lograran tapar solamente el menor de los tres escapes. El petróleo sigue fluyendo desde el piso oceánico. A principios de mayo, se instalan barreras flotantes. La mancha de petróleo ya cubre 10.000 kilómetros cuadrados y las primeras “galletas” llegan a la costa.
Por desgracia, el mal tiempo reduce en gran medida las operaciones de contención de una mancha que sigue creciendo. BP opta por utilizar una sustancia química de gran alcance, el Corexit 9500, supuesto a dispersar el aceite en micro-gotas. Una iniciativa ampliamente criticada: el impacto tóxico es predecible, con graves efectos potenciales sobre el ecosistema marino y los humanos.
BP sigue tratando de detener el flujo constante de petróleo que escapa de los restos de la plataforma reventada. Primer paso: perforar un segundo pozo para inyectar un producto de bloqueo. Eso tomará más de tres meses. Mientras tanto, se hacen otros intentos. Todos fallan. Una campana gigante de acero conectada a una bomba es colocada sobre la cabeza del pozo: se tapa la manguera. Otra campana, más pequeña: BP no logra colocarla encima de la fuga. La operación "Top kill" que consiste en inyectar lodo y cemento en el escape, tampoco tiene éxito. Al final, no es hasta el 4 de agosto 2010 que BP anuncia controlar por completo la fuga. Más de 100 días después de la explosión. .
Impactos ambientales
BP estima inicialmente la fuga a 1000 barriles diarios. Rápidamente se descubre que la cifra es subestimada. Se habla más bien de de 70.000 barriles por día. A lo largo de 100 días de fracasados intentos, se estima que unos 800 millones de litros de petróleo se han derramado en el Golfo de México. "Un Chernobyl de la industria petrolera". La marea negra ha cubierto 25.000 kilómetros cuadrados y ha bañado las costas de Mississippi, Luisiana, Alabama y Florida. Un mes después de la explosión, Tony Hayward, el presidente de BP, anuncia que el impacto ambiental sería "muy, muy bajo". En realidad, las consecuencias son desastrosas para los ecosistemas marinos y costeros. A finales de abril, el gobierno de EE.UU. califica oficialmente el derrame de desastre nacional. Cientos de aves, tortugas, delfines, son hallados muertos en el entorno del desastre.
Para los especialistas, son los efectos a largo plazo los que más preocupan: La toxicidad de los hidrocarburos y de los productos químicos utilizados como dispersantes podría afectar el ecosistema marino del Golfo, si la base de las cadenas alimentarias, como el plancton, resulta impactada.
Menos de dos años después, aunque ya se estén notando algunos efectos, como la disminución de la concentración de oxígeno en ciertas zonas, es demasiado temprano para sacar conclusiones definitivas. Las corrientes dispersan y diluyen el petróleo. Eso dificulta el análisis. Pero una cosa es cierta: el equipo de científico de Tara prestara especial atención a las muestras tomadas en esta estación del Golfo de México.
Yann Chavance
Ubicación de las 4000 plataformas petroleras y de gas actualmente en explotación en el norte del Golfo de México.Mapa aqui
Haciendo memoria: fotos