Habíamos dejado el apacible pueblo de Gizo en las Salomón, con algo de nostalgia. Al bordear las últimas islas del archipiélago de Salomón, la madre naturaleza nos regaló uno de esos momentos mágicos, de los cuales solo ella tiene el secreto: un banco de cinco delfines jugando frente a la proa de Tara, en medio de una puesta de sol de antología, bajo una magnífica nube cumuliforme.
Después de
dos días de navegación sin vientos y con motores, sobre un mar liso, aplastado
por un calor agobiante, la noche nos ofreció un cielo extraordinariamente
estrellado, salpicado de millones de estrellas. En la
madrugada, descubrimos un nuevo país montañoso y verde. El sol hace una tímida
entrada, antes de establecerse generosamente.
Acabamos de
llegar a Alotau, Papúa Nueva Guinea, un país de unos 7 millones de habitantes
que ocupa 462,840 km² de la parte
oriental de la segunda mayor isla del mundo (785 753 km²).
Alotau es
una pequeña ciudad provincial de 15 mil habitantes, bien protegida en una ensenada
de la costa norte de la profunda bahía de Milne Bay, escenario de la primera
derrota japonesa en la guerra del Pacífico en 1942.
Mientras nos amarramos al muelle, se acercan unos curiosos atraídos por nuestra rara goleta.
– "¿Tara, es el nombre del
barco? ¿De dónde vienen? "
–
“De Francia”
– "¿Dónde queda?”
– "..."
Saldremos
de Alotau el 1 de noviembre, rumbo a 3 sitios de muestreo, uno de los cuales
está dedicado exclusivamente al estudio de la acidificación del agua y sus
consecuencias sobre el coral. Aquí, las emanaciones del CO2 natural proveniente
de los fondos marinos, modifican la química del océano, y ofrecen un
laboratorio natural a los científicos, preocupados por el impacto del CO2
atmosférico sobre la biodiversidad marina.
Vincent Hilaire.