Murmansk. A.Deniaud/TaraExpéditions |
La
tranquilidad y el paisaje del Kol'skiy Zaliv se alejan. Tara se amarra en el
puerto de Murmansk, en una zona donde las grúas nunca se cansan de llenar o
vaciar los cargueros. Debemos
acostumbrarnos al zumbido constante de los motores, a los golpes de
cadenas en los contenedores, y al
silbido de la locomotora tricolor. Rodeado de montañas de mineral de hierro y
carbón, Tara pierde poco a poco su nitidez. Hasta tenemos manos y zapatos de
mineros.
En el muelle 16, Tara ha establecido su
residencia por cinco días. Desde los primeros momentos, nos damos cuenta de lo
difícil que será comunicarse aquí. Sólo Vincent Le Pennec y Celine, nuestra
cocinera, se han acercado al idioma ruso anteriormente. Y es ilusorio pensar
que el inglés nos va salvar. La maniobra de amarre llego a ser algo tensa por la
dificultad de entender y ejecutar las
instrucciones. Afortunadamente, una vez la goleta al muelle, sólo subsiste la
tensión de las líneas de amarre.
Unas horas más tarde, las autoridades rusas
nos visitan y nos dan libertad de movimiento. El trámite es relativamente rápido. Nos
lanzamos a explorar Múrmansk, la ciudad más grande del Ártico, con más de
trescientos cincuenta mil habitantes. El sol brilla, hace 25° C. Hoy, son 29°
C, un récord desde hace muchos años. Para salir del puerto en ebullición, seguimos
el ferrocarril que recorre la pequeña locomotora tricolor. Cada paso levanta
una nube de polvo negro. Un kilómetro hasta un último puesto de control, y entramos
verdaderamente en territorio ruso.
Anna Deniaud
Garcia