28/06/2013

El encanto de Múrmansk


Faro de Múrmansk. A.Deniaud/TaraExpéditions
Hay pocos turistas deambulando por las calles de Múrmansk. Unos cuantos ciudadanos rusos, curiosos de descubrir la ciudad más grande al norte del Círculo Polar Ártico. Detrás de su aparente austeridad, la joven Múrmansk, nacida en 1916, revela un cierto encanto a quienes la saben mirar.
 
Primero, resaltan los montículos de carbón que invaden el puerto y los bloques de hormigón que se erigen en el horizonte, recuerdos de la era soviética. De junio a septiembre, el clima es lluvioso y si una tapa nublosa cubre el paisaje, Múrmansk pinta algo triste. Sin embargo, la ciudad vive con orgullo, el orgullo de una "Ciudad Héroe" así nombrada por su tenacidad contra el atacante durante la Segunda Guerra Mundial. En aquel tiempo, la Luftwaffe tiró más de 185 000 bombas sobre los edificios y sus habitantes. Múrmansk es joven, pero ya ha sufrido bastante. Hoy, Alexei, el soldado de más de treinta y cinco metros de altura, apostado en la cresta de la colina, escrudiña constantemente el golfo de Kola velando por su protegida.

A pesar de los recuerdos negros, la ciudad ha recobrado colores. Al pie del faro rojo y blanco que domina la ciudad, son muchas las fachadas y los techos coloridos, a veces un tanto desteñidos. Tal vez de allí nace el encanto de Múrmansk, un toque de atrevimiento algo anticuado en medio de tanta sobriedad. Una franja verde de naturaleza rodea la ciudad portuaria y sus 350.000 habitantes. El bosque domina los alrededores y ofrece bocanadas de aire limpio. Y la naturaleza no se detiene a la puerta de la ciudad polar: "Me parece ser una ciudad relativamente aireada, no nos sentimos confinados en un volumen de concreto”, comenta Vincent Le Pennec, el segundo capitán, quien aprovecha una pausa para aventurarse a pie en la ciudad.  Cuando el día polar se establece y la nieve desaparece de las calzadas, los residentes de Múrmansk saben disfrutar de sus espacios verdes. Los ancianos se sientan en los parques públicos viendo los transeúntes, los jóvenes sacan las bicicletas para recorrer las amplias avenidas del centro de la ciudad.

A bordo, mientras unos disfrutan de la naturaleza, de "estos paisajes bucólicos que contrastan con la austeridad del puerto", según Céline Dimier, otros se dejan seducir por el cariz industrial: "Me encanta este polvo negro, estos trenes oxidados y abollados que se juntan con grúas y locomotoras extravagantes y coloridas. Bajo el sol de medianoche, es hermoso. De hecho, cuando paseo por el puerto, me imagino caminar en escenario de película" confiesa Nicolás de la Brosse.
El contraste entre lo oscuro y lo colorido, entre la suavidad y la dureza, sazonado de una pizca de anacronismo, esto es probablemente el encanto de Múrmansk para quienes lo pueden mirar.

Anna Deniaud Garcia