© A.Deniaud/Tara Expéditions
20-03-2011
No hay barco en el radar, ningún carguero en el horizonte. ¿Los marineros se olvidaron de esta ruta marítima? Ningún rastro de avión en el cielo. Los hombres parecen haber completamente desertado estos lares. Con cada milla náutica recorrida Tara se acerca a este famoso desierto oceánico en el Pacífico Sur. Allí, hasta el plancton escasea. Las estrellas temerarias son las únicas que aceptan acompañar la tripulación en esta larga navegación. Cada noche, para demostrar su apoyo, las estrellas y la luna iluminan con mil luces la ruta del velero.
Alrededor de Tara, el gran azul se extiende al infinito, al horizontal y lo vertical. Las profundidades abisales alcanzan los 4000 metros. Ayer, algunos miembros de la tripulación flirtearon con estas profundidades vertiginosas, tirándose al agua, arrullados por olas somnolientas. Si es agradable estirar las piernas, también es prudente asegurarse de que ningún depredador hambriento anda por allí. En vista de la pesca del día a bordo, tampoco abundan los peces. Por turno, un vigilante con visor inspecciona la zona, ayudado por la transparencia del agua.
39 metros. Es la profundidad a la que la luz penetra en el océano, acorde la medición del disco de Secchi. El disco de Secchi es el más antiguo instrumento oceanográfico a bordo. Creado en 1865 por Pietro Angelo Secchi, astrónomo y jesuita italiano, este disco blanco cuelga de una larga cuerda con lastre de plomo; una vez sumergido a la vertical, permite definir la profundidad de la transparencia del agua. La calidad de las mediciones depende sin embargo de la cobertura de nubes, la agitación del mar y la vista del operador.
El arcaico instrumento goza de una renovada popularidad a bordo de la goleta: Lee Karp-Boss, nuestra jefa científica, ha lanzado un “concurso Secchi”. En cada estación, la tripulación apunta en una hoja la profundidad estimada de la transparencia del agua. Corren las apuestas: “¡Ríen ne va plus!” En el Zenit, se sumerge el disco de Secchi bajo la atenta mirada de los científicos y marineros. Según la deriva del barco, a veces el disco se hunde oblicuamente en el agua, alterando así toda medida. Algunos pegaran gritos de escándalo científico, pero astutas correcciones reajustarán el resultado y se elegirá un ganador. El afortunado recibirá entonces una miniatura del disco de Secchi y tendrá el honor de oficiar para la siguiente inmersión del instrumento.
Concurso Secchi mediante, la ciencia se inmiscuyó en los detalles de la vida diaria a bordo, hasta perseguir algunos científicos en su sueño. Juntas, ciencia y naturaleza parecen tener ahora completo dominio del hombre, rigiendo todos sus actos y movimientos.
Ayer por la mañana, un banco de medusas se rascó con el casco de Tara. En menos de cinco minutos, con sus cubetas y redes, los científicos estaban en cubierta para tratar de ligar con estos organismos gelatinosos. Más conciliadores que sus hermanas, dos sálpidos aceptaron desnudarse bajo la luz del microscopio. Corazón, bandas musculares, órgano luminiscente, embrión... A través de su cuerpo transparente, el Helicosalpa Virgula reveló sus secretos a Franck Prejger, taxónomo del laboratorio de Villefranche-sur-mer.
Investigación científica e inmensidad del entorno inducen la perdida de la noción de espacio y tiempo hasta olvidar que, al exterior de este capullo flotante, el mundo sigue girando; No necesariamente muy bien. El campanazo anunciando la hora de las cenas, el horario semanal de tareas domesticas, son las únicas pautas del ritmo de los días a bordo y del calendario. Pero los email devuelven, a veces violentamente, la tripulación a la realidad.
El sol ha inundado el barco desde hace varios días, pero hoy es la lluvia quien trata de trata de entrar por los paneles; Ello les recuerda a algunos sus países de origen. Motor encendido, Tara sigue su camino, saludado por algunas pardelas marrón. Una semana más y veremos los Moais de Isla de Pascua en el horizonte.
Anna Deniaud