Hacemos ruta en el Pacifico Sur desde unos días, rumbo a Lautoka, en las Fidji. A bordo, somos 6 marineros, 5 científicos y una corresponsal de prensa. Estamos viviendo en completa autonomía por un mes. En altamar, el ritmo es sostenido: estaciones de muestreo, tareas diarias y turnos de navegación.
744 horas
de navegación. Una experiencia única para 13 personas que viven en completa autonomía
a bordo de un velero oceanográfico. ¿Qué es la autonomía en el mar? Según el
diccionario, es “el período durante el cual un aparato puede funcionar sin intervención
externa”. Pero, tratándose de la goleta, resultaría simplista resumir la autonomía
a la disponibilidad de alimento y de combustible.
Claro, la
independencia energética es una de las preocupaciones de Samuel Audrain, el capitán:
“el diesel es un punto importante porque
debemos llegar a la fecha prevista. Pero el diesel cuesta y contribuye
negativamente al peso del barco. Debemos calcular. Zarpamos con 25,000 litros, un poco más de la
mitad de un tanque lleno. Así que, tanto como se pueda, adaptamos las velas y
el rumbo para usar el viento al máximo. Eso nos gusta a todos, y estabiliza el
barco, economiza los motores. Progresamos mucho más rápido. Y reducimos aún más
nuestra huella de carbono.
La autonomía
en agua dulce es también un punto crucial. Tenemos un tanque de 6,000 litros y
un desalinizador. En caso de falla del desalinizador, embarcamos 65 litros de
agua embotellada que, en teoría, nos permitirían
aguantar una semana”.
Al embarcar
en Tara uno es consciente de los riesgos ligados al difícil acceso a la atención
médica. Pero no estamos totalmente desprovistos. Tara se beneficia de una “dotación
A”, una dotación médica compuesta por instrumentos y medicamentos determinados
por el tipo de navegación, el número y el perfil de las personas embarcadas. La
goleta cuenta así con una farmacia muy surtida. Además, los marineros han
seguido una formación que les permite establecer un diagnóstico, practicar
suturas e instalar perfusiones en caso de necesidad.
No obstante,
la consigna es límpida: “Es prohibido herirse”. Nicolas Bin, el segundo
oficial, lo repite a cada recién embarcado en el momento del briefing de
seguridad. “Cada uno debe cuidar de su seguridad y de la de sus compañeros; Cuidar
del sueño de los tripulantes que se relevan cada noche por turnos”. “Organizarnos
en función de las capacidades de cada uno, debemos aguantar la distancia; Cada
quien debe encontrar su propio ritmo entre trabajo y horas de sueño. El reposo
de los tripulantes es un punto importante de la seguridad a bordo”, precisa el capitán.
Sueño
entrecortado, trabajo sostenido, calor,
tal navegación dista de la imagen idílica que uno podría tener. Tara es un
barco polar que navega actualmente en zona tropical. Tripulantes y equipo son
como los corales: sufren de las temperaturas demasiado elevadas. “Los
instrumentos de navegación no soportarían las temperaturas que los marineros
pueden aguantar puntualmente. La climatización nos permite mantener una
temperatura razonable en el PC Com y el laboratorio seco, donde instrumentos
esenciales funcionan 24/24”.
Para Marion
Lauters, chef y marinera, calor y gestión de las reservas de alimentos no
combinan fácilmente. Su inquietud es el producto fresco. “No tenemos mucho
espacio en los frigoríficos. El espacio reservado para la cocina es la bodega
delantera, que no está aislada. Su temperatura varía en función de la
temperatura exterior, o sea más de 30 grados centígrados en este momento. Peor aún:
hay un generador eléctrico en esta bodega. Tuve que pedir al chef mecánico que
no la haga funcionar. En cuanto a reservas no estoy inquieta. Multiplico lo que
comemos por el número de semanas y de personas. El café es un promedio de 250g
por día, igual para la mantequilla. La harina entre 800g y 1kg por día. Para
esta navegación, a nadie le faltará comida. El riesgo es más bien el de aumentar de peso”.
Ser autónomo
a borde de Tara sobre un período tan largo necesita obviamente más que algunos
racimos de plátano verde, latas de conserva y litros de diesel. Tal travesía
requiere de anticipación, una logística milimétrica y un equipo humano capaz.
Noelie Pansiot