02/12/2016

En los pasos de Robert Louis Stevenson




Prófugas de la novela, negras sobre cielo rojo, ellas aparecen merced al amanecer en el Pacífico: las costas de Upolu, la isla principal de las Samoa. Dos días después de zarpar de Niue, Tara descubre los relieves ásperos donde flotan el fantasma de un gigante de la literatura: Robert Louis Stevenson, autor de “La Isla del tesoro”.

En 1890, navegando en el Pacífico rumbo a Hawái, buscando un clima más benévolo para con sus frágiles pulmones, Stevenson tuvo esta misma visión antes de decidir establecerse en las Samoa, junto a su familia. 
Allí vivirá los últimos 4 años de su corta vida. Cuando emprende la construcción de su propiedad de Valimia, al pie del monte Vaea, ya es un autor mundialmente afamado, pero un total  desconocido para los habitantes de la isla.

Nacido en Edimburgo en 1850, el novelista adolece de una salud frágil que le impide dedicarse a la herencia industrial familiar, de unos fabricantes de faros, para dedicarse a la escritura.

Después de haber recorrido el macizo de las Cévennes (Francia) caminando junto a su burro, él conoce el éxito con su primera novela “La isla del tesoro”, que asienta su estatus de escritor popular. Siguen “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde “ y “El señor de Ballantrae”, novelas en las cuales el autor explora el alma humana a la luz de sus potentes visiones. Él decide formar su vida a 15,000 km de su Escocia natal, legando a la Samoa un tesoro cultural.

A su llegada a la Samoa, Stevenson se integra rápidamente a la defensa de los isleños atrapados entre los conflictos coloniales que oponen a ingleses, alemanes y americanos. Esta empatía con la población induce a los lugareños a apodarle  “Tusitala“, “El que cuenta historias”. Stevenson no habla todavía el idioma samoano, pero los habitantes han notado su rebosante imaginación que irriga las leyendas del Pacífico, para embarcarse en nuevos proyectos literarios, no todos conclusos.

Su casa parece haber resistido a los ciclones y al tiempo. Construida en madera por un arquitecto australiano, la casa fue, durante un largo tiempo, la construcción más grande de la isla. Bigotes colgando, cara demacrada, mirada enfebrecida: en las fotografías que adornan las paredes de la casa transformada en museo, Stevenson parece un personaje de novela. En su escritorio, frente a una chimenea improbable en estas latitudes, Margaret Silva, la curadora del museo, recuenta la historia del autor quien escribió algunas páginas de la historia de esta isla “Robert Louis Stevenson hizo mucho por nuestro país y se implicó en la política local. Ayudó a nuestros fundadores a conquistar la independencia y estuvo a punto de ser deportado por motivo de su compromiso. Fue el primer europeo que visitó las cárceles para repartir alimento, ropa y cigarrillos. Son unas de las razones por las cuales los samoanos le tienen tanto afecto”.

El 3 de diciembre 1894, Stevenson se derrumba sobre el suelo de la sala principal de su casa, víctima de una hemorragia cerebral. El médico no tiene tiempo para acudir desde Apia. Contrario a la tradición samoana que dicta que los seres queridos sean sepultados cerca de las casas, el autor había pedido ser inhumado “bajo el inmenso y estrellado cielo”, a la cresta del monte Vaea.

El abrupto sendero que llega a la cumbre cuenta por sí mismo el apego de los samoanos por Tusitala. Bautizado “el camino de los corazones amantes”, el sendero fue trazado en la selva por los habitantes de la isla, gracias a los esfuerzos colosales para transportar el ataúd de Stevenson. A la luz de antorchas 200 hombres escalaron la montaña para llevar el escritor hacia su última morada. Nunca se había celebrado de tal forma un extranjero en la isla. El ritual funerario fue el de un entierro real, y el cuerpo depositado en un lecho de coral cercado por piedras volcánicas.

“Antes de morir, Robert Louis Stevenson expresó dos voluntades: la primera, ser sepultado en la cresta de la montaña; La segunda, que le dejaran puestas su botas. Cuando los samoanos le peguntaron por qué, él explicó que sus botas eran las que le permitieron recorrer la isla y que las quería llevar con él. Quería morirse con el pueblo de Samoa”.

Después de una ardua hora de caminata bajo un sol de plomo, el visitante llega a una tumba blanca, sencilla, que domina la bahía de Apia. En una placa de bronce, se ha grabado el epitafio compuesto por el propio Stevenson en 1884, a modo de últimas palabras:
“Bajo el inmenso y estrellado cielo
Cavad mi fosa y dejadme yacer.
Alegre he vivido y alegre muero
Pero al caer quiero haceros un ruego.
Que pongáis sobre mi tumba este verso.
Aquí yace donde quiso yacer
De vuelta del mar está el marinero
De vuelta del monte está el cazador".

Pierre de Parscau