Tara anclado frente al White Sand Resort, isla de Fakarava. N.Le Bescot/EPPO/SB Roscoff /Tara expeditions
Hay algo de arte en una llegada puntual. Alba del 12 de agosto: el sol inunda el horizonte de rojo y amarillo. Estamos divisando la isla de Fakarava, archipiélago de las Tuamotu. La línea de nuestro horizonte se puebla de pequeñas y delgadas figuras, despeinadas, alborotadas: una hilera de palos de cocos sembrada en una playa interminable.
Rectángulo casi perfecto de 60 km de largo y 25 de ancho, con una magra lengua de arena de apenas 200 metros de ancho, Fakarava es uno de los mayores atolones de las Tuamotu. Al igual que numerosas islas de Polinesia, Fakarava se ha llamado un tiempo "Havai'i": en polinesio, para todos los Maohis, es el nombre de la mítica isla de los orígenes.
Después de los picos volcánicos cortantes de las Islas Marquesas que imponen su poder telúrico, los cocoteros a ras del agua parecen a punto de ahogarse. Miramos con una pisca de superioridad esos pequeños árboles que los mástiles de Tara dominan.
Abordamos la isla por Garue, el paso más ancho ubicado en su Norte. Al acercarnos a la entrada de la laguna, la superficie del agua cambia de repente. Tara se tira en un extraño balanceo, empujado hacia dentro por olas rompiendo y repelado hacia fuera por una fiera corriente. Motores a pleno régimen, Tara lucha para apenas avanzar a 2 nudos. Unas corrientes contrarias se enfrentan en el paso: su fuerza puede alcanzar los 10 nudos hacia fuera cuando baja la marea.
Destino cada vez más popular entre las parejas jóvenes para su luna de miel y en medio de buzos en busca de un sitio poco frecuentado, Meca de los corredores de fondos, Fakarava sólo tiene un hotel, aunque pensiones cada vez más numerosas se estén esparciendo en la lengua de arena.
Galardonada "Reserva de la Biosfera" por la UNESCO en 2006, junto a 7 otros atolones que son parte de su circunscripción, Fakarava está cobrando fama y acoge más y más visitantes.
Después del archipiélago de las Gambier tan alejado de la actividad turística, después de las Marquesas también fuera de los circuitos tradicionales, nos sentimos aquí de vuelta en la caldera del mundo tecnificado. Una sensación muy extraña de reconexión con la “civilización”, mientras estamos de lleno en el corazón del cliché de "último rincón del mundo": laguna de aguas azul translúcido, cocal nutrido y ordenado, arena blanca gruesa, bloques de coral dispersas, nubes de peces coloridos.
Fred es el presidente de la Reserva de la Biosfera, Ato es un ex coordinador de la asociación, Tevero es un "anciano". Frente a la pensión de Ato y unas cuantas cervezas Hinano, conversamos sobre la reserva y la vida de los Paumotu.
"El atolón es nuestro hogar, nuestra despensa, la tierra de nuestros antepasados, la nuestra, y eso espero, la de nuestros hijos. Entonces por supuesto todo lo que se está haciendo para conservarla es importante". Fred se ha involucrado en la gestión de este estatus, muy complicado desde el punto de vista de un Paumotu.
"Al principio, la gente estaba más bien a favor de la reserva de la Biosfera, pero cuando se ha formulado el Plan de gestión del espacio marítimo la mayoría se ha rajado; Los textos administrativos, el vocabulario, la complejidad de los procedimientos, han ahuyentado a todo el mundo, todo era muy ajeno a nuestra cultura. Y también las reglas impuestas: se nos prohibía cazar tortugas y aves, algo como el oro para un Paumotu, algo muy importante espiritual y físicamente. Para comer, sólo tenemos pescado. La tortuga es nuestra carne. Sentimos que nuestro cuerpo la necesita, entonces es una larga tradición de siglos que viene de nuestros antepasados. Esta ruptura repentina choca a todos. ¿Es realmente nuestro consumo de tortugas lo que provoca su desaparición? A veces tenemos la sensación de ser culpados por un mal que no es realmente de nuestra responsabilidad. No estamos pidiendo comer tortuga todos los días. Nunca lo hemos hecho. Sin embargo, como antes, de vez en cuando, según como nos sale la pesca".
Tevero el Anciano escucha asintiendo con la cabeza, mientras Fred lo señala regularmente con la barbilla en muestra de deferencia a la generación de las tradiciones desaparecidas. "Se nos pide cumplir con reglas en pos de la ecología pero ellos ya lo estaban haciendo sin conocer la palabra ecología".
"Practicábamos el Rahui, la preservación de nuestras tierras, por tradición” confirma Tevero. “Éramos nómadas en nuestro atolón porque sabemos de la fragilidad de la naturaleza, no se necesitan estudios para ver que un lugar como éste es vulnerable" dice señalando la estrecha banda emergida, entre océano y laguna. "El equilibrio entre la tierra y el mar es delicado, cualquier exceso lo pone en peligro".
Los ancianos respetaban el barbecho, viviendo en ciertas zonas para el cultivo del coprah*, migrando luego en otras para la pesca, habitando alternativamente parcelas de su país, dejando las demás en descanso durante este tiempo.
"Las medidas tomadas para la reserva se parecen a lo que estábamos haciendo. Es bueno porque corresponde a nuestras tradiciones, que los jóvenes estaban perdiendo al no vivir cada día con la naturaleza. Pero todas estas normas escritas son muy complicadas y difíciles de explicar a la gente. Antes los preceptos venían de los sabios y era parte de nuestra cultura".
La llegada del turismo y el cambio de modo de vida de las nuevas generaciones alteran el equilibrio tradicional. Sin control la protección de la isla se vuelve crítica. El atolón se ha dividido en zonas para mantener actividades de subsistencia junto a un turismo respetuoso.
Mientras hablamos se levanta un zumbido mecánico y vemos surgir un helicóptero arriba de nosotros. "Van a recoger el grupo de danza de la isla para una noche en un yate anclado en la laguna. Estoy al tanto: ¡Mi hija es parte de los bailarines!" comenta Fred. "Este año tenemos con regularidad este tipo de visitantes, pero no los vemos mucho en tierra, se quedan a bordo, dan trabajo a bastante gente".
Tomará tiempo y trabajo garantizar que las normas de protección del atolón se apliquen eficazmente. Fred agrega: " De existir zonas de anclaje para todos esos yates que vienen, impediría que los fondos sean dañados por las anclas. Por tradición nos gusta dar la bienvenida a los foráneos pero no debe ser a expensas de nuestra laguna".
Sibylle d'Orgeval
* Coprah: pulpa seca de coco para producir aceite