Después de 31 días de navegación por el Océano Pacifico, atracamos el 1ro de junio en el puerto de Lautoka, una ciudad al oeste de Viti Levu en las islas Fiji. Pero la escala es corta. En 24 horas tenemos que reabastecer, cumplir con los trámites, y preparar el barco para una nueva misión científica.
Algunos están
impacientes por pisar tierra firme, ver una grama verde y escuchar el canto de
los pájaros. Pero “cuando uno está a bordo tanto tiempo, uno se sumerge en otro
espacio-tiempo. Finalmente, el tiempo pasado en navegación ya no cuenta, una
semana o dos más, eso no cambia nada”, observa Samuel Audrain, capitán y
marinero en el alma.
Desde hace
un mes, nuestra cotidianidad está hecha de puro horizonte y mar. El 1ro de
junio surgen los primeros islotes a babor, mientras los científicos despliegan una
red de plancton y filtran litros de agua. Nuestra gran aventura en alta mar está
por culminar. A eso de las 10h00 Tara se adentra en el paso de Nabula para
anclar en un fondeadero de cuarentena, antes de obtener luz verde de las
autoridades sanitarias. Los delfines siguen rodeando la goleta.
A las 14h00,
un práctico amarra Tara al muelle. Los estibadores nos saludan con un “bula”,
en fidjiano, que significa a la vez “bienvenida”, “buenos días” y “adiós”, una
palabra que se intercambia con cada persona encontrada. Aquí, en la segunda
ciudad en importancia de las Fiji, la gente suele saludarse en las calles.
En la mañana
siguiente, recorremos 25 millas hacia el primer sitio de investigación. Seguimos
el protocolo de muestreo dando así inicio al segundo año de la expedición.
Estudiamos tres sitios diferentes en 5 días, para seguir bordeando la costa sur
de Viti Levu hasta la capital Suva. A
tiempo para conectarnos con la conferencia en New York.
Noëlie Pansiot