Después de 500 millas contra el viento, Tara ancla este 13 de septiembre en el archipiélago francés de Chesterfield, a unas 300 millas al noroeste de Nueva Caledonia. La vista de la isla Reynard nos alivia después de una navegación exigente de 4 días. Nadie ha dormido lo suficiente y todos aspiran a un poco de calma.
“Se parece
a Clipperton”, opina François Aurat, cumpleañero de la semana. Una nube de
aves, alcatraces y fragatas, batalla con vientos de 20 nudos arriba del verdor
de la vegetación. Después de un primer intento frustrado de anclaje sobre
fondos arenosos de unos 10 metros, Simon
busca una posición mejor protegida por el arrecife, más al sur de este
archipiélago de 120 km de largo y 70 de ancho, compuesto por 11 islotes
separados por barreras de coral.
Su nombre
le fue dado por Matthew Boyd, capitán inglés, quien exploraba el Mar de Coral
en 1790 y casi naufraga en los arrecifes, el 2 de junio 1793. Usado por los
balleneros, el archipiélago pasa bajo dominio francés el 15 de junio 1878. Las islas son luego
abandonadas, hasta que, en 1939, el
comandante del “Dumont
d’Urville”, buque militar francés, erija en Chesterfield una placa oficial. Las islas son ahora parte del territorio
de Nueva Caledonia y del parque marino del Mar de Coral, el área marina
protegida francesa de mayor extensión.
La laguna de
Chesterfield cubre 3500km2, rodeada por una barrera de coral con múltiples
pasos, salvo en sus costado este. La mayor parte de la laguna, de una
profundidad promedia de 51 metros, está
expuesta a los alisios y al oleaje oceánico del sureste.
Aisladas,
las Chesterfield albergan una biodiversidad marina excepcional. Numerosas
tortugas verdes ponen sus huevos todo el año, mientras abundan los tiburones
fuera de la barrera, sobre fondos de varios cientos de metros de profundidad. El equipo científico de Tara ya está en
sumersión, con un cargado programa de 3 lugares de muestreo a estudiar antes del
viernes.
Vincent Hilaire