Un "marae”, santuario sagrado en las alturas de Moorea © Pierre de Parscau / Fundación Tara Expeditions. |
James Cook presentó por primera vez el término tapu,
que luego pasó a ser taboo, y finalmente tabú, cuando regresó a Inglaterra de
su primera expedición en el Pacífico a bordo del Endeavour. Si aun designa una prohibición social, el tabú
polinesio abarca una dimensión sagrada y política cuya transgresión podía ser
penada con la muerte.
Esta noción de tabú
está directamente vinculada al rahui,
una restricción del consumo, o de la recolección, de los recursos vegetales o
marinos, en una zona determinada,
decretada por el arii, el jefe de la
comunidad.
Sería tentador asimilar esta práctica tradicional a
una forma de "desarrollo sostenible", pero el primer objetivo del
rahui parece haber sido la preservación de los lugares sagrados, como un
homenaje a una persona fallecida o la reafirmación de una autoridad política. Esta
prohibición podía afectar una parte limitada de la población y extenderse
durante un año entero o más, por lo que los recursos marinos tenían tiempo para
reconstruirse.
Según el antropólogo Alexander Juster, el rahui, por
lo general, era decretado en previsión de la inauguración de un santuario o de
un espacio de culto polinesio, el marae.
Hoy en día, encontramos vestigios de
estas amplias explanadas de roca volcánica en las que se desarrollaban los
antiguos cultos de las sociedades polinesias. De distintos tamaños, servían de
enlace entre el mundo de los hombres y el de las deidades. Al final de las celebraciones,
los alimentos recolectados en las zonas tabúes eran redistribuidos en la
población local. El arii marcaba así su autoridad sobre la vida social y
religiosa de la isla.
Una de las áreas marinas protegidas por el PGEM Moorea © Pierre de Parscau / Fundación Tara Expeditions. |
Actualmente, numerosas comunidades del Pacífico continúan
reivindicando esta herencia de las zonas tabúes para preservar los recursos
marinos amenazados por la sobrepesca. Pero la legislación para imponer las áreas
marinas protegidas entra en oposición con la tradición del rahui: en donde la
tradición tomaba un carácter sagrado e inviolable, las áreas marinas modernas
requieren un control atento de las zonas costeras y la concienciación de los
pescadores locales.
En la isla de Moorea, Lee y Maurice Rurua han
dedicado una parte de su vida a la preservación de la laguna. Ambos crecieron
en la costa y luchan, desde hace más de quince años, para imponer regulaciones
sobre la pesca. En 2001, una draga de arena recogió el fondo de la laguna para levantar
un muro de contención para la construcción de un hotel. Algunas manifestaciones
más tarde, la población local logró parar los trabajos y los señores Rurua fundaron
la Asociación PGEM (Plan de Gestión del Espacio Marítimo), que establece 8
áreas marinas protegidas alrededor de Moorea. Un número que evoca los ocho
tentáculos del pulpo legendario enviado por los dioses a la isla para guiar a
los hombres.
"Luego de diez años la situación ha
mejorado", explica Lee Rurua. "Algunos peces que habían desaparecido han
vuelto, hemos constatado una real evolución. Es cierto que el blanqueamiento
del coral y el calentamiento climático crean otros problemas hoy en día, pero hemos
mostrado el camino a otras comunidades que inician planes de gestión, tradicionales
o más modernos”.
Bajo el efecto del crecimiento demográfico y la
presión de las actividades humanas en los litorales de las islas, los isleños
tienden a invocar la tradición de sus antepasados para dejar en reposo
ciertas zonas marítimas. Su éxito dependerá del frágil equilibrio entre las
preocupaciones científicas y el poder de la costumbre, en algún lugar entre los
dioses y los hombres.
Pierre de Parscau