Domingo, 15h30: la sirena de Tara resuena a lo ancho de la base de Lorient. Señal de partida, último adiós de quienes, en el muelle, despiden la silueta familiar que se va desdibujando en los rayos del sol. En esencia, la vida de marinero, la última punzada en el corazón al abrirse el océano delante de la proa de Tara. El rostro de los marineros se ilumina con una sonrisa al compás de las maniobras y del rodeo, felices del reencuentro con su medio natural.
Por fin, rumbo al Oeste: viento y
sol de frente para esta primera navegación costera antes de enfilar hacia el
Atlántico Norte, el Círculo Polar y el frío groenlandés. Hasta el último
minuto, se han llenado las bodegas de alimentos y las cabinas de pasajeros encantados
de embarcar hasta Rouen. Somos doce a bordo, en este tramo trazado por el
capitán Martin Hertau de una línea de cursor en el mapa GPS de la timonera: Raz
de Sein, islas anglo-normandas, Raz Blanchard, unos puntos de referencia en
este primer calentamiento antes de salir en alta mar.
Haremos una breve escala en Roscoff, con motivo de la conferencia Jacques Monod, antes de llegar en el centro de Rouen, miércoles por la noche.
En la “Ciudad de los cien campanarios” nos esperan público y escolares.
Allí, Tara embarcará unos 6 metros cúbicos de materiales
destinados a Groenlandia, para la logística de la expedición EcoPolaris; Depositaremos
en la costa Este una carga de alimentos, combustible y otros materiales,
para que los miembros de la expedición
prosigan con su investigación de los ecosistemas de los países circumpolares.
A estribor, desfila la costa de Bretaña cuando, de
repente, se percibe un movimiento delante de la proa. Desde la barandilla Doug señala
una silueta debajo de la superficie. Impulsados fuera del surco de Tara, cuatro
delfines comunes brotan del agua como torpedos bajo el casco de la goleta. Después
de la despedida en el muelle, el mar nos da la bienvenida.
Pierre de Parscau