Trabajos en San Diego. H.Bourmaud/Tara Expeditions
Hacía tiempo que Tara no se ponía a secas. La última parada técnica se remonta al verano de 2010. La navegación en el Pacífico y sus islas encantadas ha dejado huellas: velas rotas, motor averiado…Ello aboga a favor de una revisión, ya es tiempo de hacer algo más que una mera limpieza.
Estamos entre marineros. Nos toca el ritmo duro de los astilleros de muelle, el café hirviente que uno traga de paso, las manos siempre sucias, la sonrisa del operador de la grúa. Nos espera el lío indescriptible que produce el disecar las entrañas de Tara. El cambio del motor de babor sin duda nos depara algunas sorpresas. Estamos listos para la batalla. .
Ya esta, Tara esta fuera del agua. Los trabajadores del astillero lo apuntalan con cuidado. Volvemos rápidamente a bordo y repasamos la abultada lista de tareas. Es tan larga que mejor empezamos ya.
Levantar el piso del comedor, lado cocina: eso nos toca a Francois Aurat y yo. François es un sureño de carácter aventado. Valiente, le encanta atacar de frente acción y trabajo.
Nos estamos moviendo tan rápido como sea posible en todos los frentes. Después de unos días, se ha quitado el piso, cortado el metal. El motor, ya suelto, se eleva en un vuelo hasta el muelle a satisfacción del jefe mecánico. Pero el agujero no parece muy amplio y nos deja pensativos, imaginando la instalación del nuevo motor.
Nuestra ballena emite mil ruidos, unos más incongruentes que otros. Destornilladores, llaves, taladros, martillos, ¡todos están de fiesta! Uno almuerza en veinte minutos de un mal sándwich relleno de ketchup o mostaza, y aquí vamos otra vez. Los trabajadores del astillero, menos agitados, nos observan vivir y trabajar al vapor. A veces nos sonríen y a menudo nos dan una mano. Nadie quiere bajar el ritmo. Se debe controlar el cansancio. ¡El último de pie tendrá la razón!
Estamos en los muelles, un mundo que conozco bien. América o no, pronto el sitio no tiene más secretos, y los trabajos avanzan.
Estos periodos en tierra no son los más agradables para el marinero. Él pierde sus marcas: el turno, las comidas a hora fija...La rutina que impone la vida en el océano tiene otro sabor. Aquí, al final del día, regresamos al hotel, deshacernos de la suciedad acumulada. Sigue un momento de relajación, uno visita al otro, comparte un par de cervezas. A menudo las conversaciones giran en torno a la maniobra por venir, la puesta al agua. Pero es hora de buscar un lugar para cenar. Los restaurantes algo decaídos de este suburbio nos reciben con agrado. Después de la cena, nadie se desvía en los bares vecinos, debemos mantener el ritmo y el mañana nos aguarda otro lote de tareas.
Pronto, estaremos de vuelta al agua, los océanos, a la caza del plancton. ¡Solamente pensamos en eso!
Alain Giese