Viento en contra, Tara hace ruta hacia el Ecuador. Después de tres días de estación científica la goleta navega días y noches para llegar a la siguiente posición de muestreo definida por los científicos. Cada noche, cuando todo el mundo está durmiendo pacíficamente en su camarote, dos miembros de la tripulación hacen turno.
En el medio del Océano Pacífico Sur, lo que más vigilan y temen en realidad es una entrada de agua en los fondos, un inicio de incendio o un alma al agua. Para evitar incidentes técnicos los dos tripulantes de guardia hacen rondas. Pistola-medidor de temperatura a la cintura, foco frontal y protectores para los oídos puestos, el vigilante debe aventurarse en la exigua sala de máquinas para revisar hasta veinte parámetros reflejando la operación de los motores, generadores y demás equipos. Nivel de aceite, temperaturas, presión, tensión eléctrica, y corriente absorbida...Cada medición debe ser precisa a pesar del rodillo. En este ambiente ruidoso y maloliente la temperatura sube hasta cincuenta grados.
La ronda continúa en el interior del barco hasta la punta de proa. Más allá de la condición del velero se debe también garantizar que, en el laboratorio seco, todos los aparatos enviando regularmente datos por satélite, como la salinidad y la temperatura del mar, estén funcionando correctamente.
Con velas al viento, el turno de noche tiene otro cariz, una dimensión más aventurera y atlética. Para operar el imponente aparejo más vale hacerlo entre varios: hay que anticipar las maniobras para hacerlas entre cuatro pares de brazos, aprovechando el relevo de turnos. Para cualquier movimiento en cubierta de noche y de día, los miembros de la tripulación deben vestir su chaleco salvavidas.
En caso de excursión solitaria, cada quien debe avisar otro tripulante quien lo vigilara. Si un hombre cae al agua, su compañero de guardia lanzara un “man-over-board“, una boya con luz, antes de dar la voz de alerta a los que duermen y registrar la posición GPS: así el barco podrá volver sobre sus pasos. En el agua, el desafortunado flotará gracias a su chaleco. Pero su ubicación en una inmensidad azul, de noche, es algo delicado y vital; Para la tripulación la clave es no perder nunca de vista el hombre al agua. "En Tara la borda es alta, por lo que afortunadamente hay poco riesgo de que un hombre caiga" precisa Baptiste, segundo capitán.
Tara ha sido pensado con esmero y los marineros saben lo que hacen; Pero no por ello Loic duerme como lirón cuando deja el mando de noche. "La responsabilidad hace que al menor ruido o movimiento inusual, me despierto y en caso de duda subo a cubierta”. Los turnos son de cuatro horas; En el transcurso de las estaciones los científicos están exentos, pero el resto del tiempo participan por igual por turnos de dos horas.
Lejos de estos escenarios de desastre el turno de noche rima esencialmente con tranquilidad y belleza. "En el Mar de Omán pude ver por las noches unos delfines jugando delante de Tara en medio de un bloom de plancton que tornaba el agua fluorescente. Es una de las cosas más hermosas que he visto en mi vida ", recuerda Daniel, el jefe mecánico. Contemplar las estrellas, charlar con el compañero o enviar un correo electrónico a la familia: para todos, el turno de noche es ante todo un momento privilegiado, cuando por unas pocas horas uno puede ensimismarse, o elegir con quien compartir.
En pleno Océano Pacífico, en esta ruta escasa de barcos, estos momentos de paz se hacen más densos. Uno debe sin embargo permanecer al acecho en todo momento. Hace unos días, el radar nos avisó de una ruta de colisión con un carguero. Tara se desvió fácilmente y siguió su rumbo en la inmensidad.
Anna Deniaud