A.Deniaud/Tara Expeditions
Llamado del mar o pasión de la ciencia, sea cual sea el motivo que mueve a los miembros de la tripulación, ellos han dejado hogar, familia y amigos para aventurarse en los mares del mundo. La duración del viaje y los riesgos no sostienen comparación con aquellos en siglos pasados; No obstante cada salida pincha el corazón del que se va y de los que se quedan. Afortunadamente, hoy en día, los medios modernos de comunicación y correos electrónicos permiten a la tripulación mantener el contacto con sus familiares, aún desde el medio del Pacífico Sur.
Padre de una niña de cinco meses, Vincent, científico, recibe casi a diario una foto de su hija. “¡La pequeña crece tan rápido! Por suerte me puedo comunicar por email con mi esposa pero eso no reemplaza el teléfono; Tendré que aguantar hasta Guayaquil”. Desde Tara las llamadas telefónicas son muy caras, se reservan para ocasiones excepcionales. La última vez que François el jefe de cubierta hizo una llamada, fue para desearle un feliz cumpleaños a sus gemelos. "El resto del tiempo yo les doy noticias por correo y les mando fotos de los surfistas que tomo a lo largo del viaje. Están tocados por este deporte”. Celine, nuestra chef, incurre a veces en un uso más prosaico de la comunicación: "Hace unos días descubrí en las cajas que yo tenía todos los ingredientes para un tiramisú, así que escribí a un amigo italiano para pedir la receta”. Pero en esta etapa Isla de Pascua-Guayaquil, es nuestro jefe mecánico Daniel Cron quien se lleva la palma de oro: él se casa en septiembre y participa por mail a toda la organización de este importante evento: menú, lista de invitados...
Sin importar la edad, cada quien cumple con el tradicional mensaje para tranquilizar una madre más o menos preocupada. "Procuro escribir una vez por semana a mi madre, pero sé que cada día ella visita el sitio web de Tara para saber de mí " confiesa Stephane, el jefe de misión.
Es divertido pensar que en tierra, vía el web, los familiares saben de los miembros de la tripulación sin haberlos conocido en persona, mientras a bordo cada uno revela paulatinamente unos aspectos de su vida en tierra. Los discos duros han sustituido a los álbumes de fotos; aun así todo el mundo carga en su bulto algunas fotos de recuerdos. En la pantalla del laptop de Baptiste, el segundo capitán, trozos de su vida para los curiosos: fotos de vacaciones con amigos, video de un curso de navegación en las Glénans. Algunas noches los científicos a su vez presentan su trabajo en tierra. La mayoría de los powerpoint terminan con fotos personales: los niños, el hogar, paisajes.
Además de sus familiares la tripulación extraña otras cosas de su vida cotidiana en tierra: en primer lugar para todos, la actividad física. Para Sarah, ingeniero oceanógrafa, no basta la operación de las sumersiones de la roseta: para ejercitar ella necesita calzar sus zapatillas en cada escala y echarse a correr. A Loïc, el capitán, aficionado a la escalada, le cuesta conformarse con solamente trepar el aparejo para instalar las banderas de los países visitados. En un registro totalmente diferente, Baptiste, como buen bretón, echa de menos su sabatina torta con salchichas.
Y en esta gran casa de familia que es Tara, algunos tal vez quisieran poder aislarse un poco. En la goleta la misión es ardua. ¿Pero no serán esta vida de comunidad y los gratos momentos compartidos el mejor antídoto contra la nostalgia?
Anna Deniaud